El trabajo real en el aula y los procesos de selección del profesorado II. Las oposiciones

Al final del artículo de la semana pasada formulábamos una serie de preguntas relacionadas con el funcionamiento de los centros de educación musical y sobre las oposiciones que actualmente se convocan para cubrir los puestos de profesor de instrumento en los conservatorios públicos, y sobre su idoneidad para garantizar la elección de la persona idónea para el desempeño del puesto:

  • ¿La dualidad intérprete/profesor de las personas dedicadas a la enseñanza de un instrumento es reconocida y fomentada por los centros?
  • ¿Estas capacidades se valoran en su justa medida en los procesos de selección del profesorado?
  • ¿Están las oposiciones bien diseñadas para elegir a la persona que, siendo un buen intérprete, también sea la mejor para transmitir esos conocimientos a sus alumnos?
  • ¿Se valoran otros aspectos diferentes y, de ser así, son estos realmente interesantes y con relación directa con la docencia?
  • ¿Priman en las convocatorias otros factores además de la capacidad práctica real de los candidatos para el buen desempeño del puesto?

Este es un tema muy delicado y con muchos grupos de interés directa y legítimamente implicados en él —alumnos, familias, profesores fijos e interinos, opositores, academias que ofrecen cursos de preparación de oposiciones, universidades, personas que acaban de obtener su plaza y otras que no lo han conseguido, equipos directivos, administraciones que han convocan los procesos selectivos, y muchas otras—, cada uno de ellos con sus intereses personales y corporativos que probablemente desearían que se vieran reflejados en este texto.

En este artículo intentaremos ofrecer una visión sobre este tema lo más general y objetiva que sea posible, sin hacer una referencia directa a ninguna convocatoria actual o pasada ni al desarrollo de ningún proceso concreto, pero describiendo lo que subyace en todas ellas y enfocada principalmente en la finalidad de estos procedimientos, que no es otra que seleccionar a la persona más adecuada para cumplir con el trabajo real que van a realizar los candidatos seleccionados: ayudar a sus alumnos a aprender a tocar un instrumento.

El contenido de las oposiciones

Si analizamos las oposiciones convocadas en los últimos años tras varios lustros de sequía en muchas comunidades autónomas comprobamos que su contenido, derivado de la normativa vigente y común no solo a las enseñanzas artísticas sino a toda la enseñanza no universitaria, es muy similar en todas ellas. Constan de los fases, cada una de ellas desglosada en varias partes:

  1. Fase de oposición, dividida en varias pruebas prácticas y teóricas.
  2. Fase de concurso, en la que cada candidato puede aportar la documentación que considere oportuna para demostrar su formación académica y su experiencia profesional previa.

Este formato podría parecer idóneo a priori porque permite al candidato demostrar sus habilidades y capacidades actuales en una prueba práctica a la vez que reconoce sus méritos anteriores. Pero si se mira con más detenimiento el contenido de cada fase y la proporción entre las puntuaciones asignadas a cada uno de los apartados empiezan a aparecer las evidentes inconsistencias que, lamentablemente, hacen que todo el procedimiento se aleje irremisiblemente del objetivo para el que fue teóricamente concebido y provocan que muchos candidatos que pudieran ser idóneos para el puesto simplemente opten por no presentarse.

Empezando por el primer punto —la fase de oposición dividida en varias pruebas— podemos ver en las convocatorias recientes que el grueso de la puntuación se reserva a pruebas tales como la exposición de un tema extraído a azar de entre la treintena incluida en un temario preestablecido para las enseñanzas profesionales o superiores, el análisis de una obra y la defensa de la programación y de una unidad didáctica. Estos conocimientos son obviamente interesantes y necesarios en la formación del profesor, pero todas estas pruebas se pueden preparar con mucha antelación y tampoco es difícil encontrar información en Internet e incluso temas ya desarrollados, con lo que el valor de esta prueba para demostrar de manera fehaciente la autonomía y la capacidad real del candidato queda francamente en entredicho.

Pero la posibilidad de llevar los temas, unidades y programaciones preparados de antemano no es el principal inconveniente de esta prueba. El problema es que la puntuación que se les otorga condiciona toda esta fase de la oposición a costa de las partes que tienen una relación más directa con el trabajo del día a día en el aula —recordemos una vez más: tocar y enseñar a tocar—. No son pocos los posibles candidatos bien cualificados que renuncian a presentarse a una oposición por el simple hecho de que prepararse una treintena de temas, más la programación, el análisis, etc., requiere tanto tiempo, por mucha ayuda externa de que se pueda disponer, que se precisan varios meses de dedicación prácticamente completa, meses en los que apenas se puede estudiar el instrumento.

Es comprensible que al preparar la oposición los candidatos prioricen las pruebas que otorgan más puntuación, aunque no sean las que tienen más relación con el trabajo real que demandan los alumnos y las familias, pese a que esto suponga no poder prestar al instrumento la atención que precisa.

No es infrecuente ver cómo en algunas convocatorias quedan plazas desiertas, o escuchar a los miembros de los tribunales quejarse del bajo nivel de los candidatos. Seguramente se trata de una opinión subjetiva y no será cierto en la mayoría de los casos, pero si se observa en perspectiva ¿no es precisamente eso lo que se está propiciando? Una persona dedicada durante varios meses a preparar un temario y otras pruebas teóricas y viéndose por ello obligada a dejar su instrumento prácticamente de lado —por no hablar de su actividad concertística o docente— ¿qué nivel instrumental o pedagógico puede mostrar? Si decide no sacrificar ese nivel y continuar tocando o dando clase probablemente no podrá hacer frente al trabajo de preparación de los otros apartados de la oposición y optará por no presentarse. ¿Es esta una buena estrategia para elegir a la persona mas idónea de entre los mejores candidatos? ¿Cómo diferenciar a quien no llega al nivel exigido por una auténtica falta de capacidad de quien tiene un nivel sobrado pero se ha visto obligado a dedicar su tiempo a las partes de la prueba que más puntuaban?

Mención aparte merece la prueba práctica docente en las oposiciones, cuando la hay. Esta prueba, consistente en dar una clase a uno o varios alumnos de distintos niveles, debería ser la principal en todo el procedimiento porque es en la que se demuestra —o no— la capacidad para enseñar, pero en la mayoría de las ocasiones representa un porcentaje mínimo del total de la oposición. Por mucho que se pueda teorizar o exponer una serie de ideas bienintencionadas en una programación o en una unidad didáctica es en esta prueba en la que el candidato tiene la ocasión de mostrar cuál es su aplicación directa con un alumno real y también su propia capacidad de análisis y de adaptación al alumno, que es precisamente de lo que deberá hacer gala a lo largo de toda su carrera como docente.

¿Qué decir de las oposiciones en las que ni siquiera hay una prueba docente? ¿Alguien puede imaginar un concurso para seleccionar al solista de una orquesta sin hacerle tocar una sola nota, solo presentando documentación y un trabajo escrito? No comment.

Por último, merece la pena fijarse en la fase de concurso, en la que los candidatos presentan documentación que prueba su experiencia pasada. Aunque depende de cada convocatoria, esta fase puede llegar a convertirse en un cajón de sastre en el que puede caber cualquier diploma por antiguo y alejado de la práctica de la docencia instrumental sea, basta con que sea oficial. Esta parte de la oposición representa un tercio de la puntuación global —prácticamente como las pruebas de interpretación y docente juntas—. De nuevo es inevitable la pregunta: ¿es esta la mejor manera de encontrar a la persona idónea para el puesto?

Es innegable que hay grandes profesores ejerciendo su labor de forma excelente en centros públicos tras haber superado un proceso selectivo como el que aquí se describe. Lo que cabría plantearse es si lo han logrado gracias a este procedimiento o a pesar de él, y si al hacerle frente no tuvieron que soslayar sus auténticas virtudes docentes, las que utilizan cada día en el aula, para poder mostrar otras por el simple hecho de que eran las que se más se valoraban en la convocatoria.

La realidad, y una pregunta final

Una vez acabadas las pruebas, al hablar con personas que las han presenciado —alumnos, otros profesores o miembros de los tribunales— todos suelen comentar y dar su opinión acerca de qué les ha parecido la forma de tocar de uno u otro candidato o cómo ha dado la clase. Nadie habla de si defendió el tema de forma magistral, si su unidad didáctica era brillante o cuánta documentación presentó, pero la triste realidad es que estos apartados han tenido mucho más valor en el transcurso de la oposición.

Este es el sistema, y desgraciadamente parece que seguirá siéndolo, pero aquí surge la pregunta más importante:

Si en lugar de la enseñanza pública se tratara de un conservatorio privado en el que la captación de alumnado y con ella la continuidad del centro y el sueldo de quienes en él trabajan, incluidos los que hacen la convocatoria, dependiera de la calidad del profesorado elegido mediante este procedimiento, ¿sería el mismo?

JMR

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