¿Utilizamos bien las programaciones didácticas en las clases de instrumento? II

Siguiendo con el tema que iniciamos la semana pasada sobre las programaciones didácticas y su utilidad práctica veremos qué podría ocurrir si usáramos en un ámbito diferente el mismo planteamiento que en ocasiones parece quererse aplicar en las clases de instrumento.

Plantearemos una reducción al absurdo, que es una buena herramienta para comprobar la consistencia de una teoría o, en el caso que nos ocupa, de una forma de actuar. Cada uno verá en qué lugar se encuentra entre los dos extremos posibles —la absoluta anarquía en clase y la total regulación— y en qué punto intermedio considera que su forma de enseñar sería más efectiva.

El doctor programador

Imaginemos por un momento a un buen médico que con el loable fin de atender mejor a sus pacientes y de optimizar los recursos puestos a su disposición decidiera prever de antemano qué es lo que aquellos necesitarán según su edad y la época del año en la que se encuentran. Podrá suponer que hacia el otoño se encontrará con un mayor número de resfriados y que en primavera deberá hacer frente a más alergias. También pensará, de manera acertada, que las personas mayores necesitarán con más frecuencia cierta medicación —contra el colesterol o para fortalecer las articulaciones, por ejemplo— que las jóvenes.

Esa planificación le ayudará a tener a su disposición las medicinas que necesitará con mayor probabilidad en cada momento , y seguramente facilitará su diagnóstico en la mayoría de los casos. Utilizada de esta manera la planificación será un recurso eficaz para su trabajo.

Pero si fuera un paso más allá y, visto el buen funcionamiento e impulsado por el ánimo de llevar al máximo su nivel de eficiencia, pensara en profundizar aún más en su planificación previa y decidiera basarse únicamente en ella para hacer su diagnóstico sin tener en cuenta cada caso concreto resulta evidente que errará la mayoría de las veces. De nada le servirá a su paciente la vacuna contra la gripe a principios de octubre si lo que tiene es el brazo roto.

Todos sabemos que, afortunadamente, los médicos no actúan de esta manera —sino quizá no estaríamos hoy aquí— pero de este ejemplo exagerado podemos extraer ciertas conclusiones apara aplicar en nuestro ámbito de la enseñanza instrumental.

Como vimos en el artículo anterior, en el caso del aprendizaje de un instrumento el progreso no consiste en la adquisición lineal de conocimientos y habilidades, y debemos tener en cuenta que el profesor, en cualquier etapa y con alumnos de todas las edades, muchas veces debe saber establecer un diagnóstico técnico o musical —al igual que el doctor del ejemplo— y decidir cuál va a ser el tratamiento —el tipo de trabajo— más adecuado en cada caso.

Siendo esto así, ¿por qué intentar preverlo de antemano? y ¿por qué pretender hacerlo de forma exhaustiva?

Una vez superadas la etapas iniciales del aprendizaje ya se ha contemplado aunque sea de forma simplificada la mayoría de los apartados que atañen a la técnica del instrumento. A partir de ahí se trata, además de ampliar el repertorio, de un proceso de profundización en ellos y de solución de los problemas que inevitablemente irán apareciendo, que necesariamente serán diferentes en cada uno de los alumnos.

Pensemos ahora en la utilidad —o en la falta de ella— de programaciones de instrumento que pretenden indicar lo que se debe estudiar exactamente no ya en un determinado curso, sino en cada trimestre o, como se ha llegado a ver, incluso cada semana.

El valor de una buena programación

La programación no puede ser un documento cerrado en el que basar únicamente nuestra forma de enseñar, ni debe coartar la libertad de adaptación —y, por qué no, de improvisación— del profesor. En ocasiones da la sensación de que su función es principalmente ser utilizada en el caso de que se produzca una reclamación, y solamente para comprobar que se han cubierto los contenidos incluidos en ella, sin atender a si habían sido los más adecuados en determinado caso o si impartieron correctamente y con el adecuado nivel de exigencia.

Pero esa función burocrática no debe ser la principal de una buena programación. Resulta evidente que es necesaria una guía para poder valorar objetivamente los progresos de los alumnos, y para ello podemos tener como referencia una serie de obras o de habilidades que se deban demostrar para superar el curso y recogerlas en nuestra programación. Pero debemos analizar en profundidad qué es lo que esas obras exigen y qué permiten aprender, para comprobar que vamos alcanzando los objetivos propuestos. Lo fundamental, si queremos que el aprendizaje sea consistente a largo plazo, es que la adaptemos en todo momento a las necesidades de cada alumno.

Esto no significa que se deba desdeñar la programación, modificarla de forma arbitraria, ser demasiado permisivo o descuidar algunos aspectos de la práctica del instrumento. Bien al contrario, quiere decir que se deben saber reforzar los puntos más débiles de cada alumno para que lleve una progresión lo más homogénea posible en todo aquello que representa tocar un instrumento, estando atentos a los imprevistos y sabiendo adaptar la programación a cada necesidad.

Los objetivos deben ser claros y estar bien entendidos por el alumno, pero los caminos para llegar a ellos pueden ser muchos y muy diferentes —tantos como instrumentistas— y es imposible recogerlos todos en un único documento.

El trabajo del profesor es decidir cuál será el trabajo más adecuado en cada momento para cada uno de sus alumnos, con el apoyo de su programación pero al mismo tiempo con mucha flexibilidad y capacidad de adaptación. La organización de los centros y de la administración educativa, por su parte, deben saber reconocer y animar esa capacidad del profesorado para que los alumnos reciban una formación personalizada. Cada uno la que precisa.

Me consta que es así en la mayoría de los casos. Estos dos artículos han intentado ser un simple recordatorio de lo que deberían ser las programaciones, y cuál es su uso más efectivo para conseguir el resultado deseado, que no es otro que ayudar a nuestros alumnos a progresar con su instrumento.

JMR

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