En otros artículos hemos explicado de forma simplificada cómo se obtienen las notas de los diferentes registros en los instrumentos de viento y el porqué de las diferencias de timbre entre ellas si el intérprete no está prevenido.
Recordemos una vez más que las notas de la primera octava son sonidos fundamentales y por ello más ricas en armónicos que el resto, que son sonidos parciales de las primeras. En el oboe, por ejemplo, con la digitación del Re grave se obtiene el Re medio —su segundo parcial o armónico—, y de la del Sol grave se obtiene el Re agudo —su tercer parcial—.
Es obvio que un instrumentista debe buscar la mayor homogeneidad posible en toda la extensión de su instrumento, pero para conseguirlo debe hacer frente a los problemas acústicos mencionados en el párrafo anterior y saber compensarlos de forma que el espectador perciba un fraseo y un timbre mantenidos con flexibilidad y continuidad a lo largo de toda la obra, por grandes que sean las diferencias de registro que se puedan encontrar. Por eso es importante saber cuál es el funcionamiento del instrumento y qué factores intervienen en cada aspecto del sonido.
En este punto, en el que estamos insistiendo en mantener la amplitud del sonido en cualquier registro —que no debe ser confundida con el volumen o intensidad— es muy importante volver a tener en cuenta la diferencia entre cantidad y velocidad de aire y qué influencia tiene cada una de ellas:
- Con una mayor cantidad de aire conseguiremos aumentar el volumen del sonido en cualquier tesitura, pero sin interferir ni variar la altura del sonido.
- Las notas por encima de la primera octava necesitan mayor velocidad de aire —de esta manera son más estables y seguras—, aunque esto no debe afectar a su intensidad. La necesidad de velocidad de aire aumenta a medida que las notas son más agudas.
Estas afirmaciones pueden no resultar evidentes a simple vista, pero basta con experimentar y analizar sin prejuicios lo que ocurre cuando tocamos para darse cuenta de que éste es el funcionamiento físico real de nuestro instrumento. A partir de ahí podemos utilizar este conocimiento para profundizar en su estudio y avanzar.
La amplitud del sonido
Un tercer parámetro —que es el objeto de estudio en los artículos de esta semana— es la amplitud con la que se emite el sonido. Esta es independiente del volumen o la tesitura en la que se está tocando y viene determinada por la cantidad de armónicos presentes y la proporción entre ellos.

Para conseguir un sonido amplio cuyo espectro armónico se parezca lo más posible al representado en el gráfico anterior es fundamental que la garganta se mantenga abierta en todo momento, porque favorece la resonancia del sonido dentro de ella. También es muy importante que la embocadura mantenga el punto justo de tensión que permite controlar la vibración de la caña, pero sin amordazar el sonido ni privarle de parte de sus armónicos.
Para encontrar el punto justo de sujeción con la embocadura pueden practicarse ejercicios de flexibilidad como el del siguiente vídeo:
Este tipo de ejercicios se pueden hacer sujetando la caña con la mano o dejándola suelta, pero en ambos casos se tiene que procurar que la garganta se mantenga lo más abierta posible y que el movimiento de la mandíbula se realice sin tensión. Este trabajo permite darse cuenta de que la embocadura es algo flexible que podemos controlar, y que su movimiento es independiente del de la lengua, lo que nos permitirá dominar las notas agudas con comodidad.
Todo lo aquí explicado tiene una influencia directa en el color del sonido. Si bien para obtener una nota afinada con un volumen determinado basta teóricamente con combinar la cantidad correcta de aire con su velocidad, no es tan fácil dominar la forma adecuada de hacerlo, sobre todo en las notas agudas, y si no se hace correctamente la calidad del sonido se resentirá.
Algunos instrumentos cuentan con llaves de octava o portavoces que facilitan la obtención de éstas, y otros como la flauta no. Pero estas llaves no bastan por sí solas para asegurar el control de la emisión, porque si nos limitamos a pulsar la llave de octava obtendremos un sonido muy bajo de afinación.
Como vimos en el artículo de ayer, el instinto puede hacer que —sobre todo los debutantes— lleguemos a dos soluciones igual de incorrectas:
- Podemos apretar un poco con la embocadura, con lo que conseguiremos aumentar la velocidad del aire al cerrar el agujero por donde este sale, pero de esta manera también estaremos ahogando la nota, quitándole amplitud a sus armónicos y debilitando su sonido, lo que hará que suene diferente a las de la primera octava —recordemos el sonido pirámide, a evitar—.
- También puede que echemos más cantidad de aire para mantener estable la nota aguda. Al echar más aire por la embocadura éste se comprime, pero también hace que la nota suene más fuerte, y las notas agudas no tienen necesariamente que ser siempre más fuertes que las graves.
La solución correcta es saber cambiar la velocidad de aire dentro de la boca según el registro en el que estemos tocando sin modificar la embocadura, de forma que mantengamos la vibración de la nota en toda su amplitud independientemente de su intensidad.
Como hemos insistido repetidamente, esto se puede conseguir mediante movimientos de la parte trasera de la lengua. Alternando la pronunciación de vocales como o-e-i-e-o observaremos cómo la lengua va cambiando de posición —se aprecia aún mejor el movimiento de la lengua cantando estas vocales delante de un espejo sin mover los labios—.
Ese mismo movimiento de la lengua es el que necesitaremos utilizar para aumentar o disminuir la presión del aire dentro de la boca, pero en todo caso sin necesidad de variar el apoyo en el diafragma —del que depende la intensidad del sonido— ni la posición de la embocadura o de la garganta —de las que depende que el sonido se exprese con toda su riqueza de armónicos.
De no hacerlo así nuestro sonido se resentirá.

JMR