El problema que tenemos los instrumentistas de viento al intentar explicar cómo tocamos y de qué forma podemos dominar nuestro sonido es que todos los gestos implicados en la emisión ocurren dentro de nosotros y no son visibles desde fuera.
Así como se pueden seguir el movimiento del arco y de los dedos de un instrumentista de cuerda o analizar la pulsación de un pianista, no es posible ver nada de eso cuando se observa a un oboísta tocar.
Además, todos estos movimiento y gestos ocultos están íntimamente relacionados entre sí y no resulta fácil aislar cada uno y estudiar cuál es su efecto real. Esto nos lleva a tener una serie de impresiones subjetivas que no siempre reflejan la realidad del funcionamiento de nuestro instrumento y que muchas veces pueden resultar engañosas.
Unos cuantos ejemplos
Es muy habitual confundir el movimiento necesario para conseguir una determinada nota en un matiz concreto con la compensación que se requiere para mantener estables otros aspectos del sonido. Por ejemplo, podemos tener la sensación de que para tocar más fuerte necesitamos abrir más la embocadura. Es cierto que en ese matiz abrimos más la embocadura, pero ¿es realmente esta mayor abertura la que produce un sonido más fuerte? ¿no se trata más bien de la corrección que hacemos de forma inconsciente para mantener la misma velocidad del aire cuando echamos una mayor cantidad?
Como hemos visto más arriba y en otros artículos, para tocar más fuerte necesitamos dejar salir una mayor cantidad de aire —lo que conseguimos aumentando el apoyo sobre el diafragma—, pero si nos limitáramos a hacer solamente esto notaríamos que el sonido va subiendo de entonación poco a poco, hasta que probablemente nos saltaría a la octava superior.
Se puede comprobar tocando una nota larga desde pianissimo hasta fortissimo, pero manteniendo la embocadura estrictamente quieta. Lo que en realidad ocurre es que al echar más cantidad de aire por una embocadura que mantiene la misma abertura el aire se va comprimiendo, adquiriendo más velocidad y haciendo que suba la afinación. Por este motivo necesitamos abrir la embocadura en el fuerte, únicamente para que el aire mantenga la misma presión y velocidad que en el piano, aunque con un volumen de sonido mayor.
Resumiendo: no es la mayor abertura de la embocadura la que produce el fuerte, sino la corrección que necesitamos para que a afinación se mantenga constante.

Otro experimento que resulta útil es analizar la sensación que podemos tener de que se necesita más velocidad de aire al llegar al final de una nota en pianissimo.
Como hemos explicado más arriba, a cada nota de cualquier tesitura le corresponde una determinada velocidad de aire, independientemente de su volumen. Una nota más o menos aguda en un volumen medio es relativamente fácil de mantener, pero al ir llevándola hacia el piano necesitaremos menos cantidad de aire, con lo que quizá vayamos perdiendo presión y velocidad de aire. Cuando llegamos al pianisimo estamos trabajando con muy poca cantidad de aire, lo que hace que sea más difícil mantener la nota sin que baje su afinación, por eso tenemos que hacer un esfuerzo mayor para mantener estable la nota.
No es que la nota necesite más velocidad de aire que cuando la tocamos más fuerte, es simplemente que nos cuesta más esfuerzo mantener una velocidad constante.

Conclusión
Los mejores ejercicios para trabajar todo lo explicado en los artículos de esta semana están basados en notas tenidas, octavas y otros intervalos. Deben realizarse de forma consciente y analítica, prestando atención a qué es lo que se está haciendo en cada momento y sabiendo distinguir con qué gesto se consigue cada efecto.
JMR