Una de las cosas que me han enseñado los veinte años haciendo deporte y los casi cuarenta tocando un instrumento es a conocerme más profundamente a mi mismo, no solo en un determinado momento de la vida, sino a lo largo de los años. Saber cómo voy evolucionando y cómo me encuentro en cada etapa, cuales son mis puntos fuertes y débiles, me ayuda a marcarme unos objetivos que me mantengan activo, pero que a la vez me resulten realizables con un nivel razonable de esfuerzo.
Hace un tiempo que quedaron atrás las intenciones de mejorar mis marcas en las carreras; el tiempo no pasa en balde y el cuerpo va notando su transcurso. Ahora es inútil pretender acercarse a los tiempos de hace apenas cinco años simplemente porque la musculatura ha perdido parte de su elasticidad y el esfuerzo no valdría la pena. Por mucho que entrenara y por muchas series que hiciera los resultados no se acercarían a lo deseado, y probablemente esa frustración me quitaría las ganas de seguir corriendo. Pero por otro lado he descubierto que en esta nueva etapa de correr a un ritmo más cómodo mi capacidad de recuperación ha mejorado ostensiblemente y que consigo las mismas sensaciones con un menor nivel de esfuerzo. He perdido gasolina, pero me he convertido en un buen Diesel. Además, puedo disfrutar de la carrera con mucha más tranquilidad, sin la presión de tener que seguir una planificación exigente o la inquietud por lograr la marca deseada. Me falta poco para conseguir mi reto personal (terminar 50 maratones antes de cumplir 50 años. Faltan cuatro), y por supuesto que necesito planificar y cumplir con mis entrenamientos para conseguirlo, pero ahora el objetivo no está en un determinado resultado, sino en el hecho mismo de correr.
Experimentar esta evolución me ha enseñado a valorar lo conseguido anteriormente, incluso aquellos momentos en que no quedé satisfecho con una determinada carrera por no haber mejorado mi marca a pesar de haber entrenado bien para ello. ¡Ya me gustaría hacer hoy esos tiempos! Pero también me ha enseñado a encontrar la satisfacción en otros objetivos, aunque parezcan menos ambiciosos. Ahora me gusta más correr por el monte sin mirar el reloj, descubro otros recorridos, y sobre todo sigo apreciando la sensación de libertad de correr al aire libre, pero ahora sin la presión de un objetivo tan concreto como los que tenía antes. No creo que sea conformismo, es realismo: aceptar y disfrutar en cada etapa de la vida de lo que realmente puedes hacer pasándolo bien. Ya veremos qué estoy haciendo cuando llegue a los setenta…
Haciendo un paralelismo con la carrera de un músico, también es esta podemos apreciar una evolución, no solo en lo meramente físico, sino en cuanto a madurez y conocimiento de las propias capacidades. Un estudiante o un joven profesional probablemente necesiten objetivos ambiciosos que les motiven y les hagan avanzar. El concepto de lo que es ambicioso es diferente para cada persona y depende mucho de sus aptitudes, de las oportunidades que se le presenten y de la situación personal de cada uno, pero lo más importante es que sepa encontrar sus propias razones para seguir adelante. Este mismo estudiante probablemente necesitará de mucho estudio y trabajo técnico específico para llegar a su mejor nivel e intentar con ciertas garantías conseguir sus metas. Es la etapa de máximo sacrificio, de la que depende en gran medida su futuro profesional.
Un músico un poco más maduro también tendrá que, además de cumplir con su trabajo profesional, seguir buscando sus propios retos para no caer en la monotonía, pero la ventaja que seguramente tendrá es que habrá mejorado mucho su conocimiento de sí mismo y de su forma de tocar. Aquel intenso trabajo que hizo de joven le habrá servido para establecer su personal forma de tocar y le resultará más fácil mantener su nivel, aunque siempre deba respetar la cantidad de tiempo de estudio que necesite. También le resultará más fácil recuperar su nivel después de algún período de menor actividad, como las vacaciones, porque enseguida sabrá reconocer las sensaciones que debe buscar. Para él se trata de recordar lo que ya sabe hacer, mientras que un estudiante todavía está en período de búsqueda. Ese músico quizá encuentre su fuente de motivación en otras facetas de su actividad un poco alejadas de lo que hace habitualmente: puede enseñar, escribir, hacer música de cámara o buscar nuevo repertorio. El abanico de posibilidades es amplio, es cada cual el que debe buscar lo que más se adecue a sus gustos en ese momento determinado.
Es importante no confundir estas dos etapas en la vida del músico: si el estudiante se conforma con su actual forma de tocar, la toma por definitiva y no experimenta, trabaja y busca un progreso, seguramente nunca llegará a alcanzar su máximo nivel. En cambio, si el instrumentista experimentado pretende mantener una evolución sin fin a lo largo de su toda su carrera probablemente quedará decepcionado.
El conocernos a nosotros mismos a lo largo del tiempo nos marca la pauta para encontrar siempre satisfacción en lo que estamos haciendo.
JMR
Muy interesante!! Tenemos la misma edad y comparto perfectamente lo que dices, aunque en mi caso solamente aplicado al piano, ya que no soy deportista… Un saludo cordial Juan Mari!!!
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Muchas gracias, Cristina. En realidad se trata de aprovechar y disfrutar de lo que te ofrece cada momento de la vida. ¡Tempus fugit!
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