(Artículo publicado en el número de septiembre de 2017 de la revista de Afoes)
El Concierto para oboe y pequeña orquesta de Richard Strauss es una obra de gran belleza y serenidad que por mucho que se indague en ella poco refleja las difíciles circunstancias en que fue concebida. Quizá lo que mejor describa la intención del compositor sea una cita suya inmediatamente posterior a otra guerra, la Primera Guerra Mundial: «De mí siempre esperan grandes ideas, grandes cosas, pero no puedo soportar la tragedia de este tiempo. Quiero repartir alegría. Lo necesito«.
El encuentro
El 30 de abril de 1945, el mismo día en que Hitler se suicidaba en su bunker de la Cancillería en Berlín, las tropas americanas de la 103ª División de Infantería y la 10ª División Acorazada entraban en Garmisch, donde residía el compositor, buscando casas donde alojar a sus tropas.
Al llegar a la Zoeppritzstraße 42, el teniente Milton Weiss se encontró con un anciano que se acercó a su vehículo y le espetó: «Soy Richard Strauss, el compositor de El Caballero de la Rosa y Salomé». Por fortuna, el teniente era músico y le reconoció al instante. De esta manera la casa quedó libre de ser ocupada. Durante las semanas siguientes se hicieron frecuentes las visitas a la casa de los Strauss de soldados americanos, músicos en su mayoría, en las que le llevaban como regalo café, tabaco y gasolina, muy difíciles de obtener en la Alemania de finales de la guerra. Uno de estos visitantes era John de Lancie, oficial de cuerpo de inteligencia y oboísta de la orquesta de Pittsburg en la vida civil. En el transcurso de una conversación le preguntó si había pensado alguna vez en componer un concierto para oboe, a la vista de los bellísimos solos que confía a este instrumento en sus obras orquestales como Don Juan o Don Quijote, a lo que Strauss le contestó con un lacónico «no».
El personaje
En ese momento Strauss tenía ochenta años, su país había sido derrotado y quedaba arrasado por los años de guerra y el nazismo, los teatros habían sido destruidos y la vida cultural alemana había desaparecido. Él mismo estaba cuestionado por su dudoso comportamiento durante el régimen nazi y a la espera de un juicio de desnazificación. Nada de esto se sugiere siquiera en el Concierto. Con la perspectiva que dan los más de ochenta años transcurridos desde entonces, con la información con que se cuenta ahora sobre la realidad de ese período histórico y sabiendo el final de la historia sería fácil, pero precipitado, hacer juicios de valor. Para conocer al personaje y comprender su forma de actuar es necesario conocer su trayectoria desde años atrás, sus actitudes, sus prioridades y las necesidades de su familia.
Strauss es presentado por sus biógrafos como un hombre con dos únicas prioridades: su familia y su trabajo, el prototipo de burgués alejado de los vaivenes de la política. También se le describe como permanentemente preocupado por sus finanzas tras haber sufrido algún episodio ruinoso, como cuando tras la primera guerra mundial se le incautaron todos los ahorros que años antes había depositado en bancos ingleses según le habían recomendado, dinero que nunca recuperó. No tenía mucho sentido de los negocios y los consejos que le daban no siempre estaban acertados. Las casas que tenía en Garmisch y en Viena no las compró con ánimo especulativo y nunca se separó de ellas. Cuando se le reprochaba que su música era poco ambiciosa a la vista de las vanguardias (nunca renunció a la tonalidad) respondía que su trabajo era que el público llenara el teatro y pagara su entrada. Su música hizo ganar mucho dinero a directores, empresarios y teatros, y era consciente de ello. En alguna ocasión señaló que seguiría con su carrera como director de orquesta hasta que pudiera ahorrar algo de dinero para poder dedicarse a su verdadera pasión, la composición, pero era un sueño que no pudo realizar. Era constante su preocupación por el bienestar económico de su familia, y más en los tiempos turbulentos que le tocó vivir.
El 1894 se casó con Pauline María de Ahna, soprano lírica con la que compartió su vida durante 55 años y a la que escribía diariamente en sus frecuentes viajes, aunque también tuvieron algún episodio que podría haber llevado al desastre, como el que inspiró una de sus óperas autobiográficas, Intermezzo (1927). La historia real es esta: en 1902, una tal Mieze Mücke había conocido en el bar del hotel Bristol de Berlín a un director de orquesta checo llamado Josef Stransky, de paso por la ciudad. Al cabo de unos días quiso enviarle una nota pidiéndole unas entradas para la ópera que le había prometido, pero había olvidado su nombre. Al buscarlo en el listín telefónico lo confundió con el de Strauss, y es a éste a quien le envió la carta, con la mala fortuna de que fue Pauline quien la abrió. No era una carta de amor propiamente dicha, pero al momento envió un telegrama a Strauss, que se encontraba en Inglaterra, pidiendo el divorcio. Al final se aclaró el malentendido y la pareja continuó con su vida, pero cuando al cabo de veinticinco años Pauline, que no sabía nada del argumento, acudió al estreno de Intermezzo y vio retratada esta anécdota familiar (aunque con los nombres ligeramente disimulados), parece que no le hizo mucha gracia.
La pareja tuvo un hijo, Franz, casado con Alice von Grab-Hermannswörth, hija del industrial judío Emanuel von Grab. Quizá una de las cosas que más influyeron en la actitud de Strauss durante el Tercer Reich fuera que su nuera y sus dos nietos fueran judíos y buscara una forma de protegerlos, no en vano Alice perdió durante la guerra a 26 familiares en los campos de concentración.
Los años oscuros
En 1933, con el acceso al poder del Partido Nacionalsocialista de Hitler, muchos intelectuales y artistas abandonaron Alemania, mientras que Richard Strauss no solo no se exilió, sino que continuó con su trabajo como director y compositor y aceptó el cargo de presidente de la Reichmusikkammer, Cámara de Música del Reich, siendo su vicepresidente Wilhem Furtwängler, aunque ninguno de los dos era miembro del partido nazi. Esta era cámara una de las siete que formaban la Cámara de Cultura del Reich fundada por Goebbels, ministro de propaganda, que con el nombramiento de estas personalidades pretendía dotar de respetabilidad a la organización. Al aceptar el cargo, Strauss pensaba que podría rendir un buen servicio a la música alemana, dada la buena predisposición que el régimen mostraba para proteger la música y el teatro, y no al régimen mismo. Quizá pensara, como muchos alemanes bienintencionados, que Hitler sería un mal pasajero que devolvería el orden a Alemania tras los años de la República de Weimar y que después el país volvería a la normalidad. También compuso el Himno Olímpico para los juegos de Berlín de 1936 y dirigió el estreno, aunque era un furibundo detractor del deporte. Su imagen como colaborador no hizo sino reforzarse al dirigir en la Gewaldhaus sustituyendo a Bruno Walter, vetado por el régimen, y Parsifal en Bayreuth en lugar de Arturo Toscanini, que había jurado no volver a dirigir en Alemania mientras los nazis estuvieran en el poder. Aunque Strauss afirmara que lo hizo por el bien de la orquesta y por Bayreuth, respectivamente, era consciente del precio que tendría que pagar por no haberse mantenido desde el principio al margen del movimiento Nacionalsocialista. Decía que habría aceptado el cargo de cualquier gobierno, pero que ni el Imperio de los Hohenzollern ni la República de Weimar se habían acordado de él. Strauss pensaba poder manipular a los nazis, confiando en que no estarían mucho tiempo el poder, pero desconocía lo que Goebbels había escrito en su diario: «Desgraciadamente todavía le necesitamos, pero pronto tendremos nuestra propia música, y ese día podremos prescindir de este neurótico decadente».
Se le criticó por oportunista y se le reprochó haber comprometido su prestigio por interés personal y para proteger a los elementos no arios de su familia, su nuera y sus nietos. Pero no compartía la ideología del régimen, y no se le puede considerar antisemita. La prueba, además de los miembros judíos de su familia, es que la colaboración con escritores judíos es una constante en su carrera. Hugo von Hoffmannstahl, autor por ejemplo del libreto de Elektra o El Caballero de la Rosa, tenía ascendencia judía, y a la muerte de éste colaboró con el escritor judío Stefan Zweig. De hecho, esta colaboración precipitó la caída en desgracia de Strauss, como también le ocurriría a Furtwängler por apoyar a Hindemith y su ópera Matías el Pintor.
El propio Zweig, al ver el cariz que estaban tomando los acontecimientos y las consecuencias que podrían tener para la obra de Strauss le propuso repetidas veces dejar en suspenso su colaboración, pero a cambio se ofreció a ayudar de manera anónima a algún otro escritor que pudiera trabajar con Strauss, a lo que éste se negó de manera categórica. El 17 de junio de 1935 Strauss envió una carta a Zweig en la que, además de lamentar su «obstinación judía» y su «orgullo de raza» por su insistencia en el cese de su colaboración, le espetaba «¿Cree usted que alguna vez me he dejado guiar en cualquier acción por la idea de que soy alemán? ¿Cree que Mozart componía en ario? Para mi no hay más que dos categorías de seres humanos: los que tienen talento y los que no lo tienen, y para mi el pueblo no existe más que cuando se convierte en público. Puede ser chino, bávaro, neozelandés o berlinés, me es indiferente si ha pagado su entrada en la taquilla». También le decía que no hacía más que fingir en su puesto de presidente de la Cámara de Música. Para desgracia de Strauss, esta carta que tenía un contenido manifiestamente contrario a las ideas raciales del régimen cayó en manos de la Gestapo y fue remitida a Hiltler. Por si esto fuera poco, el día 22, con motivo del estreno de La Mujer Silenciosa, Strauss montó en cólera al ver que el nombre de Zweig no figuraba en los programas y obligó a su inclusión. El 6 de julio recibió una solicitud para que presentara su dimisión como presidente de la Reichmusikkammer debida a su «quebrantada salud», cosa que hizo en el acto. Este cese le hizo sentirse vulnerable: había tomado partido por un judío y no sabía qué consecuencias podría esto tener para su nuera y sus nietos. Esto le hizo escribir una humillante carta a Hitler pidiéndole una entrevista para aclarar la situación. La carta es indigna de su obra y de su prestigio, pero indica bien a las claras la inquietud en que estaba sumido por el futuro de su familia. Hitler nunca le respondió.
El riesgo para su familia era real. Los nazis tenían previsto arrestar a su nuera Alice durante la Noche de los Cristales Rotos, pero se encontraba fuera de Garmisch, y en cierta ocasión su nieto fue agredido por otros alumnos en la escuela de Garmish a causa de sus orígenes judíos. Pero Strauss, a pesar de su cese, seguía siendo útil para los nazis, que le habían exhibido como la gran figura de las música alemana en la inauguración de los juegos Olímpicos de 1936. Consiguió que las autoridades decretaran que sus nietos debían ser considerados como arios, aunque no podrían ingresar en el Partido ni en el ejército o el funcionariado. Por contra, su nombre no figuraba en la obra Hombres de Alemania: 200 retratos y biografías (1938), donde aparecían todas las personalidades que habían marcado la vida alemana hasta 1918, y el ministerio de Propaganda cuidaba de que la prensa no dedicara una línea a los éxitos en el extranjero del compositor caído en desgracia. Su situación se agravó en el otoño de 1943, al negarse a acoger en su casa a evacuados tras los reveses sufridos por el ejército alemán, lo que le valió un decreto de Martin Bormann ordenando que cesara cualquier relación personal con Strauss. La primera consecuencia fue la detención de su hijo y su nuera por la Gestapo, aunque consiguió su liberación al cabo de unos días haciendo valer ciertas influencias. Era un juego macabro con el compositor, dispuesto a lo que fuera para proteger a sus nietos, que se prolongó hasta el final de la guerra.
En 1947 sufrió un proceso de desnazificación, del que salió exculpado. En él testificaron en su favor perseguidos políticos a los que ayudó y se detallaron comportamientos suyos contrarios a la ideología nazi, superando sus iniciales gestos de acatamiento a un régimen en el que creyó en un principio, como muchos otros, pero que llegó a conocer y repudiar más profundamente que muchos de ellos.
El Concierto
Unos meses más tarde de sus visitas a Strauss en Garmisch, John De Lancie recibió una carta de su hermano, destinado en el Pacífico Sur, con un recorte del periódico de las tropas acuarteladas en Okinawa donde se decía que Strauss estaba trabajando en un concierto para oboe porque así se lo había pedido un soldado americano. La obra fue estrenada en febrero de 1946 en Zürich por Marcel Saillet. Para entonces los Strauss se habían trasladado a Suiza con la ayuda de algunos amigos americanos y suizos, puesto que en Garmisch escaseaban la comida y el combustible para calentar la casa, y también por motivos financieros, dado que en la derrotada Alemania no quedaba vida musical y los derechos de autor por la interpretación de sus obras en el extranjero no le serían pagados si seguía residiendo en el país.
Strauss había olvidado el nombre de de Lancie y en el manuscrito escribió «Concierto para Oboe sugerido por un soldado americano, oboísta de Chicago» (aquí confundió Pittsburg con Chicago). Más adelante cedió los derechos para el estreno de la obra en los Estados Unidos al propio De Lancie, pero éste tuvo que esperar hasta 1960 para poder tocar el Concierto, y hasta 1987 para grabarlo, una vez jubilado. El problema era que De Lancie era el segundo solista de su orquesta, y el privilegio de estrenar obras le correspondía al primer solista, Marcel Tabuteau. Éste viajó a Europa para ver el manuscrito del concierto y no le gustó, por lo que la obra se quedó sin estrenar en Estados Unidos hasta que De Lancie cedió los derechos a Mitch Miller y éste la interpretó con la Orquesta Sinfónica de la CBS.
Es interesante la grabación de De Lancie (Boston Records) por la adaptación que hace del Concierto. Es una obra que requiere una gran resistencia física del oboísta, con largas frases sin respiraciones que en ocasiones hacen pensar más en un concierto para violín que para un instrumento de viento.
La primera intervención del oboe, tras únicamente dos compases de introducción de los chelos, supone dos minutos y medio de fraseo ininterrumpido, y todo ello en una época en la que la respiración circular (tocar con el aire de la boca mientras se inspira por la nariz) era una técnica muy poco utilizada. A esto se añade la necesidad de cuidar la belleza del fraseo de esos largos temas más allá de la mera resistencia física. La solución de De Lancie, inusual pero aprobada por los herederos de Strauss, fue pasar ciertas frases del oboe solista a otros instrumentos de viento para poder tocar de una manera más confortable. Además, acortó algunos compases del final remitiéndose a una primera versión de 1946 en lugar de a la revisión de 1948, que es la comunmente aceptada. Estas adaptaciones no deben extrañar cuando el propio Strauss solía hacerlas a petición de sus solistas y él mismo era conocido por dirigir en ocasiones ignorando sus propias indicaciones, o por improvisar al piano mientras acompañaba sus lieder en lugar de seguir la partitura. La soprano Elisabeth Schumann contaba que en cierta ocasión en que estaban interpretando un recital de memoria Strauss se perdió al tercer compás y le siguió acompañando improvisando al piano, encajando perfectamente con el texto de ella. Cuando al acabar el concierto le sugirió que escribiera esta nueva versión le contestó «Oh, ya la he olvidado completamente».
El Concierto para Oboe y Pequeña Orquesta de Richard Strauss es una bellísima obra que hace disfrutar tanto al intérprete como al público, llena de lirismo y encanto romántico. Strauss deseaba repartir alegría en tiempos trágicos.
Lo consiguió.
JMR
Bibliografía:
- Kennedy, Michael. Richard Strauss. Fayard. 2001
- Panofsky, Walter. Richard Strauss. Alianza Música. 1988
- Clausse, Jean. Richard Strauss. Espasa-Calpe. 1980
- Binkley, Linda. Three versions of the Concerto for Oboe and Small Orchestra by R. Strauss. The University of Arizona. 2002
- John de Lancie, oboe concertos. Boston Records. 1987
- Ray Still, oboe concertos. Virgin Classics. 1989