No hace mucho que hablábamos en este blog de las malas pasadas que la mente nos puede jugar estemos prevenidos o no, pero hay otros momentos en que la fuerza mental es nuestro mejor aliado para salir de un apuro. Los que seguís mis andanzas por Facebook ya sabréis que el fin de semana pasado corrí otro maratón. Esta vez fue cerca de casa, en Donostia-San Sebastián. Con éste ya son muchos los que he terminado, y cada uno de ellos me ha aportado experiencias que me han permitido conocerme mejor a mí mismo y saber cómo soy capaz de reaccionar antes las más variadas situaciones. Un maratón supone por regla general más de tres horas de esfuerzo (ya me gustaría que fuera menos, pero los años no pasan en balde) en las que hay que saber afrontar sensaciones que van desde la euforia hasta el desánimo y desde la fuerza y confianza en uno mismo hasta la duda y casi el agotamiento. Terminar la carrera de este domingo me supuso más un esfuerzo mental que físico, y me enseñó que aun cuando uno piensa que está llegando a su límite todavía quedan recursos para seguir adelante, que es mejor no rendirse ante los inconvenientes sino hacerles frente y pensar en cómo superarlos.
El día amaneció ideal para correr: sin viento, parcialmente soleado y con una temperatura fresca. Llegué con tiempo suficiente, como me gusta hacer también en los conciertos para evitar los nervios de última hora, y a la hora prevista se dio la salida. Entre las tres carreras organizadas (10km, medio maratón y maratón) éramos unos 7000 corredores. El día era, como he dicho, perfecto para correr, pero yo no estaba tan bien. Empecé con un grupo que iba al ritmo que yo me había propuesto, pero no encontraba las buenas sensaciones de otras veces. Pensaba que estaba aún un poco frío y que la semana de trabajo me estaba pasando factura, pero que con los kilómetros entraría en calor y el correr se haría más cómodo. Como siempre, presté atención a la hidratación y a la comida, para evitar desfallecimientos a la espera de las buenas sensaciones, pero éstas seguían sin aparecer. Al tiempo llegamos al kilómetro 21, dentro del estadio de Anoeta, donde los participantes en la media se desviaban para ir a meta. En ese momento me empecé a plantear la retirada. ¿Porqué no girar a la izquierda e irme a casa en lugar de dar otra vuelta al circuito? Total, me estaba costando seguir el ritmo y nadie me paga por esto ¿Qué pintaba yo allí? Lo más fácil habría sido marcharme. Nadie me habría pedido cuentas. Pero ¿y los esfuerzos que había hecho para llegar hasta ahí? ¿dónde quedarían las semanas de preparación? ¿de qué habrían servido esos rodajes largos con mal tiempo? ¿con qué sensación me quedaría si me retiraba? ¿Realmente estaba tan mal o era sensación mía? La tentación era realmente fuerte, pero decidí no dejarme llevar por ella.
Algo parecido puede ocurrir justo antes de un concierto o incluso durante el mismo. Es fácil dejarse llevar por los nervios y, si no se los sabe controlar y convivir con ellos, el instinto de huída puede apoderarse de nosotros. Pero esa huída no es posible y tenemos que seguir adelante con el concierto aunque estemos nerviosos, o cansados, desmotivados, o aburridos. Es en esos momentos en los que en lugar de dejarnos arrastrar por el pánico debemos encontrar los recursos físicos y mentales que nos permiten controlarlos.
Al igual que es fácil tocar, es fácil correr cuando uno se siente bien. Basta con dejarse llevar y disfrutar del paisaje. Pero también hay que saber reaccionar en los momentos de flojera y buscar la forma de provocar las buenas sensaciones. A estas alturas de la vida, mi objetivo en un maratón es terminarlo y ya no me propongo objetivos de tiempo. Entonces decidí un cambio de estrategia: en el kilómetro 25 estaba el siguiente avituallamiento, aprovecharía para caminar un poco para relajar las piernas y, si todo iba bien, continuaría corriendo. Fue la decisión acertada. Cogí un botellín de agua y algo de comer y dejé que me adelantaran muchos participantes. Al rato volví a correr, pero más despacio que antes, y las buenas sensaciones empezaron a llegar. Hice lo mismo en el avituallamiento del kilómetro 35 y hasta me quedé a charlar con un amigo que estaba viendo la carrera. De ahí hasta la meta, a ritmo muy tranquilo y con buenas sensaciones, y al final disfrutando de la llegada al estadio y la entrada en meta.
En la temporada de estudio hay mejores y peores momentos, pero nunca debemos perder la perspectiva de nuestros objetivos reales y dejarnos llevar por el desánimo. Siempre es posible, si se hace un buen ejercicio de reflexión y de análisis de lo que uno está haciendo y de su estado real, tanto físico como anímico o técnico, cambiar la estrategia para alcanzar nuestras metas principales, aunque por el camino haya que superar momentos difíciles. Si aprendemos a concocernos relamente, con nuestros puntos fuertes y débiles, nos sentiremos más seguros y lograremos la fortaleza mental que nos hará falta cuando falte la fuerza física.
Prueba superada. He terminado otro maratón, veinte minutos más tarde de lo que había previsto, cierto, pero lo he terminado, que era mi objetivo.
Cuando las fuerzas fallan, nos queda la determinación.
JMR