En otros artículos de este blog hemos hablado ya de cómo afrontar la vuelta al trabajo después del paréntesis vacacional, pero no está de más que volvamos sobre el tema una vez más ahora que el curso acaba de empezar. Estos últimos días habremos estado atareados organizando y cuadrando horarios, pensando en qué utilizar nuestro tiempo y buscando objetivos estimulantes para todo el curso, pero ahora que ya estamos más o menos asentados es el momento de ir adquiriendo el ritmo, entrar en la rutina y planear una buena planificación para sacarle en mejor partido aprovechando al máximo nuestros esfuerzos, porque a fin de cuentas de eso se trata: trabajar, trabajar mucho, pero de forma eficiente y sabiendo siempre para qué nos va a servir y en qué aspectos nos va a ayudar a progresar.
A algunas personas el principio del curso les proporciona un plus de motivación, están deseando que todo comience de nuevo y les estimulan los nuevos retos, pero otros tienen que hacer un esfuerzo especial para vencer la pereza y recobrar los hábitos de estudio y la ilusión por el trabajo. Está relacionado con el carácter de cada persona, pero en ambos casos es igual de importante una buena organización, con una buena selección de objetivos y una correcta secuenciación del trabajo a realizar: de nada sirve un principio de curso fulgurante si al poco tiempo se han gastado las energías y la ilusión, o si las aspiraciones se acaban demostrando poco realistas. Igualmente, el ir postergando el comienzo del estudio no lleva más que a la frustración, porque no hay atajos y el estudio lo debe hacer cada uno y no es posible delegarlo en los demás. En ambos casos, si se tienen claras las aspiraciones y los objetivos están bien seleccionados según las aptitudes y aspiraciones de cada uno, el camino a recorrer es similar: análisis del punto de partida, estimación de los propios puntos fuertes y de las áreas de mejora, planificación del camino a recorrer y, sobre todo, compromiso con el estudio.
Un deportista que empieza la temporada dispone de un repertorio de ejercicios físicos que le van preparando para recuperar la fuerza, la flexibilidad, la resistencia y la velocidad (gimnasio, cuestas, escaleras, series…). Cada uno de esos ejercicios supone un trabajo específico de esos aspectos mucho más eficaz que si se dedicara únicamente a correr largas distancias desde el primer día. Si lo intentara, además de arriesgarse a una lesión, no conseguiría más que desanimarse al constatar que no está en su mejor momento de forma, y cada día le costaría más salir a entrenar. En cambio, con una buena secuenciación, los esfuerzos se hacen más llevaderos y en poco tiempo se va a recuperando el tono de la temporada anterior, hasta volver a disfrutar realmente con la carrera y poder hacer frente a los objetivos que se proponga.
Al igual que el deportista, es importante que el músico comprenda muy bien todo lo que está trabajando, tanto en su planteamiento como en su realización y en los objetivos que a corto y medio plazo se pretenden conseguir. El estudio meramente repetitivo no tiene ningún sentido, no es un asunto de simple acumulación de tiempo. De nada sirven horas y horas de ejercicios si no se ha comprendido para qué están concebidos: ¿es mejor cuanto más rápido, o quizá se trata de trabajar la flexibilidad a una velocidad menor? ¿basta con juntar las notas o podemos aprovechar para mejorar nuestro fraseo y la regularidad de la mecánica? ¿es mejor este libro de estudios en el que apenas llegamos a leer los pasajes, o quizá sería más útil trabajar otro aparentemente más sencillo pero al que le podemos sacar más partido en muchos otros aspectos? ¿qué tal la afinación? Todas estas cuestiones y muchas otra más nos las debemos plantear todos, profesores y alumnos, antes de decidirnos por uno u otro método de trabajo. Cada minuto de estudio bien planificado nos acerca a nuestros objetivos. Si no, es tiempo perdido.
Existe multitud de estudios, ejercicios y literatura para todas las necesidades del instrumentista: para trabajar el sonido, la estabilidad, el vibrato, la afinación, la flexibilidad, la articulación… Cada uno debe buscar lo que mejor se adapta a sus características, y los profesores debemos conocer a nuestros alumnos para proponerles lo que a nuestro juicio más les ayudará en su progreso, hasta que tengan la autonomía suficiente para tomar sus propias decisiones. En ambos casos es necesario reflexionar y poner en cuestión la idoneidad de cada propuesta, por eso es tan importante la complicidad y la confianza entre el profesor y el alumno, sin temor al intercambio de ideas. No se trata de hacer determinado libro porque es el que hace todo el mundo, o porque es el que está en la programación, sino de explicar por una parte, y comprender por la otra, para qué a va a servir y en qué nos va a hacer progresar, y si se encuentra otro que cubre mejor las necesidades del momento, mejor cambiarlo. De esta manera, el estudio que puede resultar arduo, cobra otro sentido y al tener una justificación nos anima a seguir con él porque sabemos porque es la vía más rápida y efectiva para ir acercándonos a nuestros objetivos.
Ahora es el momento de hacer una buena planificación. Merece la pena.
Ánimo.
JMR