¿Se puede disfrutar realmente tocando un concierto?

P1310387Si tenemos en cuenta los esfuerzos que requiere la preparación, las horas de estudio, el gasto en material, los viajes, los nervios previos, la necesaria concentración, el saber aceptar y valorar en su justa medida las críticas de los demás y las de uno mismo, parece difícil encontrar la razón por la que a los que nos dedicamos a la música nos gusta tocar en público.

No se trata de obviar esas circunstancias, que forman parte nuestra vida tanto como el gusto por la música, sino de saber convivir con ellas, controlarlas y volverlas a nuestro favor. Es ilusorio pensar que llegará un día en que toquemos muy bien y perfectamente relajados, sin ningún atisbo de nerviosismo. Todos sentimos, en mayor o menor medida un cosquilleo en el estómago antes de una actuación, y es bueno porque nos permite mantener un nivel óptimo de alerta en el momento del concierto, lo que favorece la concentración. Hace años se oían frases del tipo «si te pones nervioso en público es que no vales para esto». Dudo de que quien las profería realmente no sintiera un nivel al menos moderado de nervios cuando tocaba. Otra cosa es que los supiera controlar y no repercutieran en su actuación, pero entonces se trataba más de ofrecer una falsa imagen de frialdad o de dureza que flaco favor hacía a quien se iniciaba como instrumentista, al que metía en la cabeza la idea tóxica de que solamente él se ponía nervioso, porque el resto de compañeros, igual que él mismo, intentaba esconder su inquietud, lo que hacía que todos tuvieran una fachada de tranquilidad pero que por dentro todos tuvieran la sensación de que esos nervios que realmente sentían les hacían diferentes y que, efectivamente, no valían para esto. Hay otra frase que define mejor, aunque un poco crudamente, la situación real: «hay dos tipos de músico, los que se ponen nerviosos y los que mienten».

El nivel de nervios no siempre está directamente relacionado con la importancia objetiva del concierto. Según sean nuestras expectativas, el lugar donde se vaya a desarrollar, personas que esperamos que asistan, nuestro nivel de confianza en ese momento, etc., las sensaciones que esa actuación nos produce pueden variar. Por eso no hay que menospreciar nunca a un compañero por estar realmente nervioso ante un concierto que a nosotros no nos impresiona especialmente. Sus motivos tendrá, y debemos respetarlo y ayudarle a hacer frente a la situación.

Antes de referirnos a cómo afrontar la actuación, daremos por supuesto que el estudio ha sido suficiente y bien organizado, que dominamos nuestro instrumento con el nivel suficiente para abordar ese repertorio, y que conocemos la obra en todos sus detalles y hemos decidido cual será nuestra interpretación de cada uno de sus pasajes y en el conjunto de la misma. Si falla alguno de estos factores estaremos introduciendo un elemento de inseguridad, y  por mucho que nos concentremos y visualicemos el concierto, la obra que no está bien estudiada no saldrá. No hay recetas mágicas. En el concierto podrán ocurrir cosas que prefiero denominar accidentes más que como errores, y que le pueden ocurrir a cualquiera, hasta al mejor y más seguro de los solistas. Pero es muy diferente el accidente imprevisto del que nadie está a salvo de la falta de capacidad o de dominio de la obra.

Cuando llega el gran día no son buenos los extremos. Si un estado de apatía perjudica nuestra concentración y la capacidad de comunicación con el público, unos nervios descontrolados pueden llegar a bloquearnos. Pero un nivel moderado de nervios nos mantiene activos y despiertos. No se trata de buscar una relajación absoluta que sería, por otra parte, contraproducente. Tenemos que apreciar el lado positivo de esa activación. Se trata de que la situación no nos sobrepase y de que sepamos canalizar esa energía y focalizarla en lo que nos interesa: la interpretación de nuestro concierto.  Hay varios sistemas para controlar los nervios, desde los químicos (que yo desaconsejo vivamente) hasta los psicológicos (ejercicios específicos de relajación, visualizaciones, etc.), pasando por los que re refieren a los hábitos y rutinas previos al concierto.

Aunque siempre son recomendables, los días previos a un concierto importante es conveniente hacer con regularidad ejercicios de visualización que nos vayan preparando para el momento de presentarnos ante el público. Partiendo de un ejercicio completo de relajación podemos dirigir nuestra mente hacia donde queramos, imaginando colores, sonidos e imágenes que poco a poco vayan conformando una imagen lo más detallada posible de nuestra actuación. Podemos imaginar cómo nos acercamos al escenario, cómo vamos vestidos, cómo es la sala,… hasta que empezamos a tocar nuestra obra. Podemos pasarla entera de memoria, o solo unos pasajes, pero cuanto más lo hagamos más ayudaremos a nuestro cerebro a familiarizarse con la situación y a que no le resulte inquietante cuando llegue el momento de la actuación real porque, aunque sea mentalmente, ya habremos pasado por esa situación muchas veces, y siempre partiendo de la sensación placentera de la relajación, lo que hará que la afrontemos con un punto de vista positivo. Cuando se está habituado a hacer estos ejercicios es fácil encontrar esas sensaciones en pocos minutos justo antes de salir a escena, y focalizar la atención en qué es lo que queremos transmitir al público, y no en lo que nos causa inseguridad. Además, sin durante el concierto aparecen pensamientos parásitos, es fácil expulsarlos si dedicamos un par de segundos a recolocar la respiración y volver a encontrar las sensaciones.

Unas pequeñas rutinas previas al concierto nos ayudan a ir preparando nuestra mente para el mismo. El primer consejo es que lleguéis con mucho tiempo de antelación tanto a los ensayos como a las actuaciones. Os dará tiempo de calentar, de charlar con los compañeros, de comer algo y hasta de aburriros un poco, lo que os ayudará a bajar el nivel de ansiedad. Pero sobre todos evitaréis aumentar el nivel de estrés con los apuros de última hora, con ese atasco imprevisto, el autobús que llega tarde, o con cualquier incidencia que pudiera ocurrir. Un margen adecuado de tiempo evita que vayamos todo el tiempo mirado el reloj de reojo y lleguemos alterados. También es conveniente hidratarse adecuadamente y comer algo para evitar la sequedad en la boca o la sensación de mareo. Normalmente los conciertos son por la tarde-noche y muchas veces después de la jornada en el conservatorio, por que puede que lleguemos fatigados. Hay a quien le viene bien un café para subir el nivel de atención, pero hay que tener cuidado porque un excitante puede no ser lo mejor para la mayoría de las personas. Para la mayoría la hidratación y comer algo dulce (galleta, plátano) será suficiente. Justo antes de salir a escena, después de haber calentado adecuadamente, es el momento de concentrarnos en lo nuestro, pero también donde suelen aparecer los pensamientos no deseados: ¿saldrá ese pasaje difícil? ¿estará bien la caña? ¿me perderé al contar compases? A todos nos ha ocurrido pero siendo objetivos, si el pasaje estaba bien estudiado ¿no ha salido bien otras veces? ¿en cuantas ocasiones se nos ha estropeado la caña en el concierto? si siempre cuentas bien, ¿por qué no ahora? En definitiva, ¿qué motivos reales hay para que en el concierto no salga bien lo que siempre sale bien? Y cuando ha ocurrido un imprevisto en otra ocasiones ¿no hemos sabido afrontarlo y salir con bien del apuro? Lo único que tenemos que hacer es en concentrarnos en lo que queremos hacer, y no en lo que puede fallar. Precisamente de esta manera evitaremos más fácilmente los fallos. Tampoco sirve de nada tocar una y otra vez los pasajes difíciles antes de salir. Solo conseguiremos alterarnos porque ¿qué pasa si se nos traba alguna de las veces? habremos dejado en nuestra mente el recuerdo de ese error y estaremos más inseguros. Hace tiempo que desde que salgo del camerino o la sala donde estemos calentando hasta que doy el la para afinar no toco nada por los pasillos ni en el escenario (algo tan típico de los oboístas). Cuando llega el momento me basta con echar aire en el oboe suavemente a través de la caña poniendo la posición del Mi b grave, con lo que ésta se calienta y humedece, y empezar a tocar. No falla. De esta manera me quito de la cabeza la posibilidad del error. Doy por hecho que lo que sonaba bien cinco minutos antes seguirá sonando ahora, y me concentro en tocar, no en si fallará o no. Lo mismo si tengo muchos compase de espera o no toco durante una obra entera. Basta con humedecer la caña unos momentos antes de tocar y seguir adelante. Es una forma mucho más segura de atacar esa primera nota. Después basta con apoyarse bien en la columna de aire, dar continuidad a la emisión y dejarse llevar.

Todas esas sensaciones de las que hemos hablado en este artículo también se presentan antes de una carrera: ¿he entrenado lo suficiente? ¿qué tiempo hará? ¿llevaré un buen ritmo? ¿me sentará bien el desayuno? Después, la experiencia te dice que, como en un concierto, muy pocas veces (o nunca) ocurre eso tan terrible que temíamos y que basta con poner un pie delante del otro y empezar a correr. Y si hemos venido a tocar el oboe, toquemos el oboe y disfrutemos compartiendo lo que mejor sabemos hacer con el público que tenemos delante.

Disfrutemos del concierto.

 

JMR

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