El pasado 28 de marzo realizamos una mesa redonda en la Escuela Municipal de Música “Joaquin Maya” de Pamplona con el título “El aprendizaje instrumental en las escuelas de música. Introducción y adecuación de nuevos repertorios”. En la misma estuvimos María Arratibel, directora y profesora de oboe de la Escuela, Laura Moreno, jefa del departamento de pedagogía del CSMN, Alberto Navascués, profesor de música moderna del CSMN y yo mismo. Entre el público había profesores, alumnos del conservatorio y familias de alumnos de la escuela. Es este artículo haremos un resumen informal de los planteamientos de unos y otros que se compartieron en la reunión.
La idea de la mesa redonda surgió tras la publicación de un artículo en el blog de María, que podéis consultar aquí, en el que se preguntaba si el uso que actualmente se hace del repertorio es el más adecuado para la motivación del alumno y para que éste avance con su instrumento. Tras varios comentarios en su blog y una reunión con los profesores de oboe de Navarra, convocamos la sesión, que se convirtió en toda una mañana de diálogo e intercambio de ideas muy constructivos.
Al comienzo de la reunión se puso el acento en el aspecto social de la música y en cómo los gustos y la composición misma de la sociedad ha ido cambiando en las últimas décadas, de forma que se han ido introduciendo en la enseñanaza nuevos repertorios y estilos de música (jazz, pop, rock, étnica) que abren nuevos caminos. Pero aquí surge la primera cuestión: si se incluyen nuevos contenidos, ¿qué se puede quitar? En mi opinión, siendo cierto que el ámbito musical se ha ampliado, no lo ha hecho en la misma medida en todos los instrumentos, puesto que en algunos casos es tanta la diversidad de estilos que en los conservatorios han llegado a desdoblarse en especialidades diferentes (trompeta y trompeta jazz, guitarra y guitarra eléctrica, etc.), mientras que en otros casos como el oboe, aunque se han realizado intentos, la realidad es que apenas ha salido del repertorio que genéricamente definiríamos como clásico. Esto no quiere decir que se deba cerrar la posibilidad de acceder al alumno de oboe a otros repertorios, simplemente significa que aunque un conocimiento de las nuevas músicas pueda ser atrayente para él, e incluso necesario para hacerle comprender la realidad musical en que se mueve la sociedad, el instrumento que ha elegido tiene un ámbito de actuación más concreto, y que no debe ser descuidado en su aprendizaje. Es muy interesante el uso de música actual y más popular para motivar al alumno y ampliar su cultura musical, pero respetando la especificidad del instrumento y sin olvidar que ha elegido uno clásico, y sin crearle falsas expectativas. El conocimiento de nuevas músicas no debe hacer olvidar el repertorio tradicional en que mejor se desenvuelve el instrumento y que bien transmitido al alumno puede ser igual de satisfactorio para él.
Observemos el tipo de música que habitualmente llega hasta nosotros y a nuestros alumnos y sus familias. Todos, yo incluido, escuchamos a lo largo del día mucha música diferente: en la radio del coche, en casa, como banda sonora en una película o simplemente poniéndola en nuestro aparato de audio. Cada música tiene su momento, ya sea clásica o de otro estilo, y toda ella tiene un hueco en nuestra vida. Pero es cierto que la música que llega a los estudiantes es casi exclusivamente moderna, por lo que el gusto por ella está garantizado. Puede ser un buen recurso utilizarla en la escuela para motivar al alumno y atraerle hacia su instrumento, pero sin que se convierta en un fin en si misma. Creo que nuestra función como educadores es también ampliar el conocimiento de los alumnos en este otro sentido: si introducimos nuevo repertorio, no olvidemos mostrarles también lo interesante, enriquecedor y gratificante que puede ser el repertorio clásico tradicional bien elegido.
Enlazando con el tema anterior, fijémonos en el papel que se le atribuye a la música clásica en muchos medios de comunicación generalistas. Incluso en programas que pretenden hacer una aproximación a la música clásica para el gran público parece que se establece una equivalencia entre música clásica y aburrimiento, a no ser que se trate de una pieza enérgica y con una buena base rítmica. Esto, unido a comentarios del tipo “qué interesante es la música clásica, pero es que…” (y no hablemos de preguntar qué es un oboe; en uno de esos programas volví a escuchar hace poco, de boca del presentador, “a, si, ese grande largo, que sube y baja y tiene un tubo que va a la boca”) es lo que perciben nuestros alumnos al cabo del día, y lo que debemos contrarrestar para que perciban el fenómeno musical en su totalidad, aunque no piensen dedicarse a ello profesionalmente el día de mañana. Si no, les estaremos privando de una parte importante de su propio bagaje cultural. En este trabajo es también el papel de las familias. Si queremos, todo lo podemos encontrar en internet, con múltiples versiones de cada pieza y, para ser justos, debo decir que también hay honrosas excepciones y programas que hacen una buena selección de piezas fuera del top ten de lo más popular. Basta con buscar un poco.
Además del tipo de repertorio, un aspecto a tener en cuenta es el nivel de exigencia. En la enseñanza instrumental, como ocurre en muchos aspectos de la sociedad, se da un fenómeno de movimiento pendular: partiendo hace años de un sistema de enseñanza rígido, mecánico y estricto, se ha ido acercando al alumno, buscando su motivación, haciéndolo más ameno y, una vez pasado el punto central, el péndulo ha llegado en muchos casos al otro extremo, donde prima que el alumno “se divierta” y toque lo que le gusta, hasta perder el objetivo que tenemos como educadores, que es que el alumno avance en la medida de sus posibilidades. Haciendo una pequeña comparativa entre métodos de iniciación para oboe, sin ningún valor estadístico, por supuesto, tomemos como referencia en qué momento el alumno llega a tocar dos octavas: en un libro de mediados de los ochenta, en la página 46, en uno de la década de 2000 (y que me parece muy bueno), en la página 76. En el libro con el que yo empecé en los 70, en la página 4. Y llega hasta el Re agudo. Los tres libros cumplen su función y están bien estructurados, pero es evidente que el ritmo de aprendizaje no es el mismo. Como ya he dicho en otros artículos de este blog, es el profesor quien debe elegir el libro que se adecue al alumno y a sus necesidades, y sin miedo de cambiarlo por otro si las circunstancias varían. He hablado de tres métodos que, cada uno a su ritmo, abarcan todos los aspectos de la iniciación en el oboe, y con un tema y un objetivo evidentes en cada lección. El problema se presenta si seguimos el movimiento del péndulo hasta el extremo y seguimos aligerando los contenidos hasta dar al alumno solamente lo que le gusta, aunque con ello no esté aprendiendo nada nuevo. No olvidemos que el hecho de avanzar, técnica y musicalmente, le va abriendo paulatinamente un abanico de nuevas piezas que poder tocar (clásicas o no), que a su vez le harán avanzar y abrir nuevos caminos y que eso le motivará para seguir adelante.
Puede parecer que el libro con el que yo empecé tiene que ser arduo, y los comienzos frustrantes. Pero nada más lejos de la realidad si se dispone de una figura fundamental: un profesor al que le guste su oficio, como lo tuve yo. Un profesor que sabe transmitir su energía al alumno es la mejor manera de encontrar la motivación. Ahora disponemos de mucha más literatura en la educación musical, que puede que facilite el trabajo, pero el qué se toca pasa a ser una anécdota si se comprende el porqué, el cómo y el para qué y nos enseñan a disfrutar y a valorar la música en todos los sentidos, desde los ejercicios hasta la obra que nos parece más maravillosa. En este sentido, muchas veces se achaca a la enseñanza musical el convertir al alumno en un mero reproductor de partituras, sin profundizar en el sentimiento musical. Puede ser cierto, pero solo si se olvida que el objetivo de toda la técnica que aprendemos es tener los recursos necesarios para dominar la obra de manera que nos permita expresar a través de nuestro instrumento lo que ésta nos hace sentir y queremos transmitir al público. La técnica no es más que un medio para conseguir un fin: hacer música.
En un momento de la reunión se propuso sustituir las palabras “divertido” y “fácil”, que tanto se escuchan aplicadas a los inicios en la música, por “interesante” y “accesible”. La diferencia de matiz no es superficial: la diversión puede ser un a forma de interés, pero no la única, y accesible indica que el alumno puede hacerlo, pero puede que le suponga un pequeño esfuerzo, del que se verá luego recompensado con su propio progreso. Hay que muchos padres que llegan a las escuelas diciendo que no quieren que su hijo sea un virtuoso, que basta con que aprenda a tocar algo y que se divierta. Pero no nos equivoquemos, cualquier actividad que suponga un aprendizaje requiere de constancia y esfuerzo (valores poco populares últimamente). No querer ser un profesional no significa que no se necesite un mínimo de estudio y de responsabilidad. Aquí vuelve a ser importante el papel de las familias a la hora de valorar la constancia que el estudio de la música exige y elogiar los avances que sus hijos van consiguiendo.
El número de alumnos que accede a los estudios musicales ha aumentado exponencialmente en los últimos años: hace veinticinco años había unos quince alumnos de oboe en Navarra, ahora hay ciento cincuenta. Esto ha hecho que la base de la pirámide se haya ensanchado, y que las escuelas deban atender ahora alumnos con intereses diferentes a los que se tenían antes. Hay alumnos que tienen la intención de entrar en el conservatorio profesional y después en el superior pero también otros, la mayoría, que igual de legítimamente solo quieren ampliar su cultura y realizar una nueva actividad que les resulte estimulante. La escuela debe atender a estos últimos y ayudarles adecuando la metodología y los contenidos para realizar sus objetivos, pero sin dejar por el camino a los que quieren seguir un poco más lejos y están dispuestos a hacer la inversión de tiempo y esfuerzo que es necesaria. No serán solo los alumnos que tengan más dotados, sino los que tengan la combinación justa de facilidad y ganas de trabajar.
Un factor muy importante además del repertorio es donde y con quien y para quien tocamos; el aspecto socializador de la música. Y para eso, nada mejor que la música de conjunto: tener la oportunidad de mostrarse a otros. Un factor clave en la motivación del alumnado es tener un grupo estable donde tocar con otros, del mismo o de otros instrumentos, que le permita hacer amigos y donde pueda sacar partido a lo aprendido. En este sentido, se constató una cierta falta en Navarra de una red de agrupaciones amateurs donde los alumnos, o los que ya han dejado de estudiar, tengan la oportunidad de mostrarse con su instrumento. Tomémoslo como una propuesta de mejora.
Para concluir, y como resumen de la reunión podríamos proponer que todo repertorio es válido, sea clásico o no, a condición de que tenga un propósito. El repertorio no es un fin en si mismo, sino la herramienta que empleamos para ayudar al alumno progresar en su aprendizaje. No basta con dar al alumno lo que le gusta o lo que le resulta fáci, o limitarse a ir pasando páginas de un libro. Cada vez que proporcionamos determinado material debemos saber qué queremos trabajar con él y en qué beneficiará a nuetro alumno.
Fue una reunión muy instructiva que además se deasarrolló en un ambiente muy cordial.
Habrá más.
JMR