El día amanece tristón, gris. El suelo está mojado y unas nubes, bajas y densas, contradicen la predicción que durante toda la semana han estado dando para este día.
Un desayuno ligero, y me acompañan en coche hasta la línea de salida, en la plaza del mercado de Piraillan. Llegamos tres cuartos de hora antes de la salida y ya se ha concentrado bastante gente: unos calentando, otros dejando sus bolsas en la consigna y algunos rezagados recogiendo su dorsal. Aunque no llueve, el ambiente es húmedo y la sensación de fresco se hace desagradable. El presentador del evento se esfuerza por subir la temperatura del ambiente y, a decir verdad, lo va consiguiendo. Estamos 900 participantes en el maratón y 350 parejas en el maratón por relevos, llegados de casi toda Francia y de algunos otros países.
Este Marathon des Villages de la presqu´île de Lège-Cap Ferret tiene algunas particularidades: aunque el recorrido está oficialmente medido por la Federación Francesa de Atletismo, no es un trazado bueno para hacer marca (luego veremos porqué), y así lo reconocen y saben destacar sus otras virtudes. Es un maratón amable, bien organizado y de turismo, ideal para conocer la península de Cap Ferret de una punta a la otra sin la presión del cronómetro. Y eso se ve en el ambiente, festivo, y en la gente que espera a tomar la salida. Hay corredores de todas las edades y de casi todas las condiciones físicas, cada uno con su objetivo personal. Además, la posibilidad de hacerlo por relevos lo abre a personas que no quieren enfrentarse a la distancia completa. Para mí, es la carrera ideal para ir acumulando kilómetros para el maratón de San Sebastián, que es mi objetivo de la temporada, y de disfrutar de un fin de semana en familia, el sábado de turismo y el domingo en la carrera.
La música de la megafonía va subiendo. No la reconozco, pero tiene pinta de ser de alguna película: gran orquesta, modo mayor, triunfal, crescendo…, y se hace difícil reprimir un escalofrío.
Y se da la salida. Empiezo un poco atrás, pero en un par de kilómetros encuentro mi sitio. Mi intención es hacer un entrenamiento de calidad durante bastantes kilómetros y bajar la intensidad al final. El principio del recorrido va por entre barrios de casitas dentro del bosque de pinos típico de las Landas, y luego gira al norte por un carril bici que está prácticamente cubierto de agujas de pino. La estampa otoñal es preciosa, llovizna un poco, pero la humedad no hace sino que los colores se perciban más vivamente. En un momento dado, hacia el kilómetro 8, se atraviesa el centro ecuestre, donde cada año coincide nuestra carrera con un concurso hípico. Pasamos entre las cuadras, las caravanas y los caballos, y el suelo, en principio de tierra, es una masa informe de barro, charcos y excrementos de caballo (como superficie de competición, al menos es original).
Pasamos otro barrio de casitas, otra vez en el asfalto, y giramos al sur, al comienzo de la subida a la Pointe aux Chevaux, donde hay un mirador que descubre toda la bahía de Arcachon, pero que supone una empinada cuesta de unos quinientos metros que se puede atragantar si uno no se dosifica bien. En esa rampa adelanto al único corredor invidente que participa en esta carrera. Va con otro corredor que le sirve de guía, al que oigo cómo le va describiendo el camino (on monte encore vingt mètres et on descend). Viendo la entereza y el afán de superación de estas personas te das cuenta lo relativas que son muchas de tus prioridades en la vida.
Acabada la cuesta, empieza la bajada. Se baja rápido por el bosque, por un camino estrecho y lleno de hojarasca y de curvas, que desemboca en la arena de la playa (que tampoco es la mejor superficie para correr). Justo en la playa empieza a caer un aguacero que nos acompañará durante varios kilómetros. Al llegar al kilómetro 16 se pasa otra vez por la línea de salida y se hace el relevo de los que corren por parejas. Ahora cogemos el mismo carril bici de antes, pero hacia el sur, hasta el final de la península.
Este tramo se hace bastante largo y, como me lo conozco de otros años, me he traído el MP3, cosa que no suelo hacer en las carreras (en otro artículo hablaremos de la importancia de saber asociar o disociar según en qué momento del entrenamiento o del estudio estemos). Y así, con la compañía de La Consagración de la Primavera van pasando los kilómetros. Las piernas responden bien y el correr es fluido; pasamos la media maratón en 1h34. En el Cabo hay una vista magnífica del la duna de Pyla, al otro lado de la bahía de Arcachon. Es curioso el contraste entre las aguas tranquilas de la bahía, a la izquierda, y el oleaje del océano, a la derecha, y cómo chocan ambas formando una especie de ola contínua dentro del mar.
Un poco más adelante se entra en la zona natural protegida de las 44 hectáreas, otra vez por caminos de tierra. Algo le pasa al aparato de música que, sin previo aviso, salta a la 1ª de Mahler (estará cansado).
En el kilómetro 30 ya empiezo a notar las piernas cargadas y doy por terminado el entrenamiento de calidad (hemos ido todo el rato por debajo de 4´30´´/km), y bajo el ritmo hasta la meta para disfrutar del recorrido.
Ya en dirección norte, vamos pasando por típicos pueblecitos de cultivadores de ostras: casas bajas pintadas en colores claros, calles muy estrechas, algunas sin asfaltar y pequeños embarcaderos frente a los campos de cultivo de ostras. En algunos avituallamientos los productores locales se las ofrecen a los corredores. Como tengo mis serias dudas acerca de que una ostra sea lo mejor para comer mientras se está corriendo, prefiero dejar la degustación para la noche.
En el kilómetro 39 (buen sitio, ¿eh?) hay un tramo de unas 50 ¡¡escaleras!! que acaban en una cuesta (arriba, como no). Pasado este último obstáculo todo parece coser y cantar.
Poco a poco se acerca Piraillan y la línea de meta, y ahí está mi familia, que ha pasado la mañana de turismo, esperando. Mis hijos se ponen a mi lado y así, juntos, recorremos los últimos quinientos metros, con el locutor anunciando por la megafonía la llegada de toute la famille.
Al final, buenas sensaciones, 3h17´02´´, puesto 47 en la clasificación, maratón nº 34 de mi colección pero, sobre todo, un fin de semana familiar para recordar.
Y para cenar, ostras.
JMR