Nos os confundáis con el título del artículo de hoy. Evaluar no es pensar e imponer una calificación a un alumno valorando unos determinados resultados. Es mucho más. Porque, a fin de cuentas, si estamos hablando de música ¿cuánto es un siete? ¿en qué se diferencia de un siete y medio? ¿porqué no un ocho? ¿hay alguna manera de disponer de un sistema absolutamente objetivo de calificación en música? Solo se me ocurre una respuesta: no.
Os habréis dado cuenta de que el el párrafo anterior he ido cambiando el término, al principio he utilizado el de evaluación y después, calificación. No hay que confundirlos: una cosa es evaluar y otra muy distinta es calificar. Hoy hablaremos de en qué consiste el proceso de evaluación, quien y cuando debe hacerlo y cómo se debe utilizar en beneficio del alumno.
En todo plan de estudios hay una división del curso en evaluaciones, pero ése no es más que el momento puntual donde se le comunica al alumno un resultado. En realidad, los profesores siempre estamos evaluando a nuestros alumnos. Cada día, cuando llegan al conservatorio, les escuchamos y vamos detectando qué está funcionando y qué no, y adecuamos la clase a esa observación. En esta evaluación contínua podemos contemplar todos los aspectos que queramos: técnicos, estilísticos, posturales, creativos, físicos, anímicos, todos los que necesitemos. Pero también tenemos que tener en cuenta la impresión general, que es la que llega al oyente.
Aunque podamos compartimentar mucho el análisis, y éste nos sirva de referencia para plantear las clases, no me gustan los sistemas que utilizan esas subdivisiones del hecho musical para calcular un resultado, porque todos los aspectos que intervienen en la interpretación están íntimamente relacionados, y muchas veces algunos puntos que aún hay que mejorar quedan compensados por otros que ya funcionan muy bien.
Cuando un profesor hace una evaluación de su alumno, ya sea la inicial al principio del curso, o clase a clase, o al final de año, debe ser lo más objetivo posible. Y no siempre es fácil: hemos invertido tiempo y esfuerzo en cada alumno y nuestra vista puede verse turbada por nuestras espectativas previas, y las de ese alumno. Por eso yo animo a mis alumnos a que se presenten a pruebas de jóvenes orquestas, o conozcan a otros profesores en cursillos o masterclass, para obtener un elemento externo de valoración que nos ayude a los dos, al alumno y a mi, a ser más objetivos en nuestra evaluación de los progresos. A veces esa comparación nos reafirma en nuestra forma de trabajar y nos anima a continuar, y otras nos hace ver cosas en las que no habíamos reparado, y que tendremos en cuenta en adelante. Pero siempre nos acerca un punto más a la realidad.
Pero si para un profesor no siempre es fácil hacer una valoración objetiva de su alumno, ¿qué decir de la que uno puede hacer de sí mismo? Aquí se entremezclan el hecho real de la interpretación que se ha hecho con las sensaciones que uno ha sentido mientras tocaba. Y no siempre van en el mismo sentido. Puede ocurrir que alguien termine su concierto satisfecho porque se ha encontrado bien, pero que su actuación haya dejado mucho que desear. O el caso contrario (y creo que más frecuente), alguien que ha tocado realmente bien, pero que se encotraba nervioso o con la autoestima algo baja, y que no deja de fijarse únicamente en los pocos errores que ha cometido.
El alumno debe disponer de unos criterios que le permitan analizar con la mayor objetividad posible lo que ha hecho. Con la evaluación que el profesor le va haciendo y la autoevaluación que el alumno se haga, para la que hay técnicas efectivas para hacerla en positivo y de las que hablaremos otro día, se cimenta el progreso del alumno y si el plan se va adaptando según estas observaciones, ganamos efectividad en nuestro trabajo en común.
Cuando valoramos una actuación nuestra, seamos estudiantes o profesionales, debemos separar estos dos factores, el concierto real y nuestras sensaciones, y fijarnos en los elementos objetivos que podamos encontrar, por lo que hayamos escuchado, por las grabaciones de que podamos disponer o por los comentarios de gente cualificada y que sabemos que tienen ánimo constructivo, y no dejarnos llevar por las emociones, ni positivas ni negativas. De esta manera sabremos qué aspectos de nuestra manera de tocar podemos reforzar y en cuales tenemos que hacer un esfuerzo por mejorar.
También debemos hacer una evaluación del otro aspecto, el emocional: si nos damos cuenta de que actuación tras actuación los nervios nos superan, o de que no podemos concentrarnos (a menudo va relacionado con lo anterior como un mecanismo de huída), quizá debamos trabajar más nuestra preparación mental previa a la actuación.
Pero lo más importante es que todas estas valoraciones no las hagamos mientras estamos tocando. Hay que hacerlas siempre a posteriori. Si vamos pensando en lo bien que nos está saliendo todo, es fácil que nos desconcentremos y que cometamos un error. Y si no nos gusta cómo lo estamos haciendo, nos iremos deprimiendo cada vez más y todo irá cada vez peor. Cuando tocamos, nuestra atención debe ir dirigida únicamente a la música que queremos hacer, y no perder la concentración buscando una valoración en tiempo real. Si vamos analizándolo todo mientras tocamos, nos pasa como cuando trabajamos con el ordenador mientras se está pasando el antivirus: perdemos unos recursos que necesitamos para cosas más importantes. Y, además, si hemos comertido un error, ése ya ha pasado, y no lo podemos borrar, y el pasaje que nos da miedo aún no ha llegado. Entonces, ¿porqué preocuparse? Centrémonos en el momento, porque cada uno tiene su valor, y el público percibe la obra en su totalidad y quiere disfrutar de ella, no suele estar esperando a que lleguemos a ese pasaje que a nosotros nos intimida. Probablemente no se fijará en él.
No olvidemos que el hecho de tocar consiste en transmitir al que escucha unas sensaciones a través de la música, y no es un proceso de evitación de errores. Se puede tocar sin un solo fallo y haber tocado muy mal.
Cuando toquemos, concentrémonos en la música y disfrutemos de ella, porque tenemos la suerte de ser músicos.
JMR