A estas alturas del curso el repertorio que debíamos trabajar ya estará bastante avanzado, y son muy frecuentes las audiciones, los conciertos y las pruebas de diversas agrupaciones. Seguramente ya habremos tenido actuaciones desde que empezo el curso, allá por septiembre (cómo pasa el tiempo, ¿eh?), pero creo que es el momento de pararse un poco a reflexionar acerca de cómo afrontamos una actuación en público. Además, ya vamos perfilando qué tocaremos en los exámenes finales y en otros compromisos importantes, y debemos trabajar la manera de sacar el mejor partido a nuestro trabajo.
Es cierto que el hábito de actuar regularmente ayuda a enfrentarse a la situación con autocontrol, pero no basta con tocar muchas veces: si no la preparamos adecuadamente, una mala experiencia en una actuación puede volverse en nuestra contra y causarnos más problemas que beneficios. Debemos disponer de un repertorio de técnicas que nos permitan controlar nuestas emociones y rendir lo más cerca posible de nuestro mejor nivel.
Estas técnicas de autocontrol no sustituyen al estudio del instrumento, por supuesto, solo nos ayudan a aprovechar al máximo nuestro potencial en un momento dado. Pero si, por el motivo que sea, en ese momento estamos por debajo de lo deseable, no suplirán nuestras carencias. Solo nos ayudarán, en el momento de la actuación, a acercarnos a nuestro nivel actual, no a superarlo. El trabajo técnico y musical continuado es el que nos ayuda a ir mejorando instrumentalmente, y ese nuevo nivel, mejorado, será nuestra referencia la próxima vez.
Muchas veces la clave está en la capacidad del intérprete de hacer frente a la situación con confianza y dominio de sí mismo. Una persona con un muy buen nivel, pero que en público no es capaz de rendir más que a un cincuenta por ciento de su capacidad tendrá más problemas que alguien no tan brillante pero que es capaz de alcanzar su ochenta por ciento (estas cuantificaciones son absurdas, lo sé, pero nos sirven como ejemplo). También están las personas a las que la actuación les proporciona un plus de motivación al que saben sacar partido. Ése es el estado ideal: motivados por la actuación, pero controlados y concentrados.
El primer paso y, quizá, el más importante es dirigir nuestra concentración hacia lo que queremos que ocurra: sonido, fraseo, estilo, empaste con otros instrumentos, interpretación…, y no hacia lo que queremos evitar: equivocarnos en cierto pasaje, un lugar donde solemos tener problemas de afinación, quizá el instrumento falle, contar mal los compases de espera, saltarnos una entrada…
Ya sabéis que me gusta comparar la práctica de la música con la del deporte, y a este respecto se me ocurre un ejemplo: cuando ando el bicicleta, no se me da mal subir puertos (dentro de mi nivel, por supuesto) pero, en cambio, bajando soy bastante torpe, miedoso más bien. Y eso no es bueno. Si voy en una grupeta, siguiendo la rueda del de delante, no tengo mayor problema en seguir su trazada, tumbar la bicicleta y bajar rápido. Voy pensando en lo que quiero que haga la bici. Pero si voy mirando al barranco, pensando en no salirme de la curva, si empiezo a pensar en lo que no quiero que haga la bicicleta, voy rígido, ésta no obedece, no se tumba e, irremisiblemente, se acerca al barranco.
Hay muchas cosas que pueden inquietarnos antes de tocar un concierto pero después, en la vida real, ¿cuantos de esos temores se han hecho realidad? ¿merecía la pena tenerles miedo?
Un ejercicio que a mí me ayuda cada vez que me tengo que enfrentar a un concierto importante es realizar los días previos una relajación completa, acompañada de una visualización de la actuación. El concepto “importante” lo debe establecer cada uno para sí mismo, según sus cualidades y aspiraciones. En la relajación que precede al ejercicio de visualización no se pretende corregir defectos posturales, que serán objeto de otro artículo, sino lograr un estado de relajación física que nos ayude a encontrar una relajación emocional. Se trata de lograr una sensación de ausencia del propio cuerpo que permita fijar nuestra atención en la voluntad de hacer. En nuestro caso, música.
Cuando encontramos ese estado de relajación emocional y lo reconocemos, logramos una referencia a la que acudir cuando sentimos que la situación empieza a sobrepasarnos. No siempre dispondremos del tiempo de hacer todo el ejercicio justo antes del concierto, pero si dominamos la técnica tendremos las referencias necesarias para, mediante la respiración y la relajación postural, acercarnos a ese estado de ánimo que necesitamos para afrontar el concierto desde un punto de vista positivo. Y disfrutar tocando.
El ejercicio que yo hago consta de dos partes: en la primera, en un ambiente tranquilo, me concentro en la respiración y voy rejajando una por una todas las partes del cuerpo, desde los dedos de los pies hasta la coronilla. Me tomo todo el tiempo que sea necesario. Una vez que todo el cuerpo está relajado y he logrado una sensación placentera de ingravidez, puedo concentrarme en mi voluntad, y ahí recreo con la mayor cantidad posible de detalles la actuación para la que me estoy preprando: el lugar, cómo iré vestido, con quienes voy a tocar, cómo entro en el escenario, afino con los demás… y repaso de memoria el repertorio que voy a tocar. Siempre, insisto, concentrado en cómo quiero tocar, jamás en los miedos que pueda tener. Cuando ya he pasado el repertorio, unos minutos disfrutando del momento y, poco a poco, voy volviendo a la actividad.
Haciendo bien este ejercicio logramos que la situación del concierto no nos resulte tan novedosa porque ya la hemos vivido antes, aunque sea mentalmente, y además desde un punto de vista positivo donde nosotros controlábamos la situación. Cuando llega el gran día nos bastan unos minutos en el camerino para encontrar ese ánimo positivo y, si es necesario en el mismo concierto, en unos pocos segundos podemos volver a él concentrándonos en la respiración y en la visualización positiva que hemos hecho en los días previos.
Lo ideal, lo que todos queremos, es disfrutar cada vez que tocamos. Pero a veces hay circunstancias que nos lo quieren impedir. Si disponemos de las herramientas necesarias, podremos vencer a las circunstancias, sobreponernos y ofrecer lo mejor de nosotros mismos.
No es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe hacerle frente.
JMR