Cuando pensamos en grandes oboístas o en grandes músicos en general, nos fijamos en los solistas internacionales que todos conocemos, o en los que trabajan en las mejores orquestas, o en las grandes figuras de la pedagogía. Hoy os voy a hablar de otra gran oboísta por méritos propios: Sandra Yaca.
En San Ignacio de Moxos, departamento del Beni, Bolivia, existe desde hace unos años una escuela de música apoyada por la ONG Taupadak de Irun. Es un proyecto que busca el desarrollo cultural, laboral y personal de los jóvenes de la localidad a través de la música. También trabaja en la recuperación de la música compuesta allí hace tres siglos en la misión de los Jesuitas. La escuela y su orquesta, el Ensamble Moxos, se sostienen con las aportaciones económicas que realiza Taupadak y con el dinero que recaudan en la gira que, cada dos años, hacen por Europa mostrando su repertorio en un espectáculo propio. También con lo que se consigue con los conciertos de la Orquesta Sinfónica Taupadak, que formamos músicos profesionales de la comarca del Bidasoa que nos reunimos una vez al año. Este año hemos hecho coincidir la visita de nuestros amigos Bolivianos con nuestro concierto sinfónico, y es la primera vez que las dos orquestas actúan juntas.
El funcionamiento de la escuela es un ejemplo de aprovechamiento de los recursos. En el propio San Ignacio se fabrican y reparan algunos instrumentos, y unos pocos profesores se hacen cargo de todos los instrumentos de la escuela. Y los alumnos mayores, a su vez, enseñan a los pequeños. Durante los veranos suelen acercarse por allí estudiantes de aquí que les van orientando en su trabajo: un año una fagotista, al otro una flautista…
Hace unos ocho años quisieron empezar a enseñar oboe porque lo necesitaban para su repertorio barroco, y consultaron conmigo para comprar un par de instrumentos y poner en marcha la clase. El problema es que no iban a tener a ningún oboísta para echar a andar. En los días que estuvieron con nosotros hablé con la directora y le expliqué algunas nociones básicas sobre el oboe y las cañas, les preparé un método de iniciación con ejercicios de respiración, embocadura, emisión, articulación, con explicaciones paso a paso de cada ejercicio y de los problemas que se suelen presentar y posibles soluciones para cada uno, y también sobre el montaje y raspado de las cañas. También se llevaron cañas, partituras, libros, todo lo que pensamos que iban a necesitar.
Mi sorpresa llegó hace dos años, cuando vinieron a Europa con una oboísta por primera vez: Sandra. Quedamos un día para dar una clase (debo confesar que yo no sabía lo que iba a escuchar) y me encontré con una joven que tocaba el oboe sin mayores problemas técnicos, en la tesitura que necesitaba para tocar en su orquesta, y sin complejos. Cuando le pregunté cómo había aprendido, me dijo que con la directora de la escuela, Raquel, con mis apuntes y practicando por su cuenta. Recuerdo que estuvimos una tarde estudiando y haciendo cañas y nos despedimos hasta la próxima.
Ahora han vuelto y hemos compartido atril en la orquesta. Es la primera vez que toca en una orquesta grande y me dice que al principio le daba un poco de miedo. Quedamos para después del ensayo para dar una clase, vamos a mi casa y repasamos algunos pasajes del concierto. Después hacemos un poco de técnica: ejercicios con la caña, de afinación. No necesitamos hacer cañas, ella ya se las sabe arreglar sola. Cuando paramos para comer me pregunta si podremos seguir por la tarde. Yo creía que estaría cansada pero no, prefiere seguir, y cuando le pregunto qué quiere hacer me responde: técnica. Quiere llevarse a casa toda la información que pueda para trabajarla allí por sí misma y transmitírsela a sus alumnos.
Tiene algunas cosas que mejorar, fruto de haber aprendido casi por su cuenta: alguna digitación que no domina, aprieta un poco en las agudas (quien no lo hacía de estudiante), pero nada que no pueda solucionar en poco tiempo con un poco de orientación. En un par de horas damos un repaso a lo que suelo hacer durante todo un curso (o más, según) y me quedo maravillado de la respuesta de Sandra. Cada ejercicio que hacemos lo intenta hasta que consigue algún avance. No hace falta que hoy lo haga perfecto. Sé que lo importante es que entienda para qué sirve cada ejercicio y cómo lo debe hacer, y que cada mínima mejora se multiplicará con su trabajo. Me lo ha demostrado con su progreso desde la anterior visita.
Me insiste en que quiere trabajarlo todo y hacemos ejercicios de respiración (para abrir la garganta, apoyar en el diafragma), de embocadura, de emisión (con la caña, o-e-i-e-o), de afinación (notas tenidas, octavas), hasta de vibrato. También de articulación (acentos, staccato, picado-ligado). Sé que todo lo que hemos hecho esta tarde dará sus frutos en Bolivia, con su tesón, su trabajo y sus ganas de aprender.
Cuando sentimos admiración por alguien y lo tomamos como modelo, solemos ver sus logros, pero pocas veces tenemos en cuenta sus circunstancias y le valoramos de acuerdo a ellas. ¿Podemos imaginarnos a nosotros mismos empezando de forma casi autodidacta con un instrumento tan ingrato en sus comienzos como es el oboe? ¿Nos vemos en una gira de tres meses con ochenta y cuatro conciertos, como están haciendo ellos? ¿Y tocando en un mismo concierto el oboe, la flauta, la percusión y además cantando y bailando?
¿Lo que hace esta escuela no es tanto o más importante que otras cosas que valoramos como músicos y como personas?
No puedo disimular mi admiración por Sandra y sus compañeros de San Ignacio. Son la prueba de que si se quiere, se puede.
Me quito el sombrero.
JMR