Acerca de la percepción, o cuando tu mente te engaña

Estebenea (1)Esto sucedió hace algunos años, en el maratón de Vitoria.

Era mi primer maratón después de una lesión (por fortuna, la única que he tenido (toquemos madera) y salía con la única intención de terminarlo, para demostrarme a mí mismo que la lesión estaba superada y que podía hacerlo.

Por casualidad, en la línea de salida me encontré con dos conocidos de Irun: ella iba a disputar el campeonato de Euskadi y él iba a servirle de liebre. Un poco de charla y listo: yo saldría con ellos y, hasta donde aguantara, haría también de liebre. Empezó la carrera y todo bien, a un ritmo bastante superior al que me había planteado, pero sin la presión de tener que aguantar ese ritmo hasta el final. Enseguida nuestra compañera cogió la cabeza de la carrera, con la segunda chica a un minuto de distancia, más o menos. Y así siguió, controlando la distancia y administrando la ventaja.

Hacia el kilómetro 21 empecé a notar que no aguantaba bien el ritmo, les avisé y me fui descolgando. Un poco de agua, y en el 23 ya estaba con ellos otra vez, manteniendo la distancia con la segunda chica. Y ya, definitivamente, en el 27 les dejé que siguieran solos y bajé el ritmo, porque no era cuestión de volver a lesionarme. Pasé de ir a 4´15´´ a 5´-5´15´´ el kilómetro. 

Lo interesante llegó hacia el kilómetro 37. Iba yo pensando en llegar tranquilamente a meta cuando vi a un chico que iba andando, con no muy buena cara. Como suele ser habitual en estos casos, le dirigí unas palabras de ánimo: sigue, que ya falta poco, etc. Bajé aún más el ritmo, me siguió y empezamos a hablar. Estaba desanimado porque las cosas no le habían salido como pensaba. Estaba a punto de retirarse. Tenía muy malas sensaciones y estaba frustrado porque iba a hacer muy mal tiempo. El año anterior había hecho 3 horas y 40 minutos y veía que no iba a mejorarlo. Hacía rato que había apagado el cronómetro para no agobiarse aún más.

La cuestión es que con un poco de charla y unos botellines de agua compartidos en los avituallamientos, llegamos a meta. Tiempo final: 3 horas y 19 minutos ¡veintiún minutos mejor que su anterior marca! Era tal la frustración que llevaba desde hacía kilómetros porque las cuentas no le salían y tenía malas sensaciones, que había perdido la noción del tiempo. Iba muchísimo mejor de lo que él pensaba. La cabeza le estaba jugando una mala pasada.

No volvimos a hablar. , No sé cual era su objetivo inicial, quizá pretendía acercarse a las tres horas. Pero la cuestión es: si hubiera sucumbido a la tentación y hubiera abandonado la carrera, su mejor marca seguiría siendo 3h40, y no 3h19. ¿Podría haberlo hecho mejor? Quizá sí, pero lo que consiguió ya era un triunfo.

Es importante tener un objetivo ideal, pero igual de importante es tener unos objetivos intermedios, que nos permitan valorar objetivamente nuestros progresos. Tener un único objetivo es jugárselo todo a una sola carta, y eso es arriesgado.

En la música nos ocurre igual, en ocasiones. Tenemos fijado el objetivo ideal: cómo vamos ha tocar tal obra o actuar en tal concierto. Con el estudio nos vamos acercando a ese objetivo pero a veces, inconscientemente, vamos colocando ese objetivo un poco más lejos, llegando a no poder alcanzarlo nunca. Todo artista busca la perfección, ése es su trabajo, pero sabiendo que nunca, por definición, podrá llegar a ella. Por eso es importante valorar los objetivos intermedios.

La ventaja de una carrera es que nos proporciona una referencia objetiva: el cronómetro marca un tiempo que es el que es. Podemos poner excusas, pero el tiempo marcado es absolutamente objetivo.

En esto, la música no es igual. Toda valoración de resultados es subjetiva. Y eso es lo que hace difícil la medida de lo que vamos consiguiendo. Por eso es importante tener al lado personas de confianza (profesores, colegas de trabajo, compañeros de estudio) que nos ayuden a apreciar el valor de lo que hacemos y nos den pautas para mejorar.

Por cierto. La chica ganó el campeonato de Euskadi.

JMR


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