A mí lo que me gusta es tocar, a ser posible en público, y mejor si es en una orquesta. Expresarme a través de mi instrumento, conjuntar con otros, dejar que la música fluya…
La cuestión es que nuestro oficio requiere un mantenimiento que sin estudiar es imposible. La cuestión es cómo podemos organizar el estudio para que sea lo más rentable posible con la menor inversión de tiempo. No se trata de estudiar mucho, sino de estudiar bien. No avanza más rápido quien más horas está tocando, sino quien mejor las aprovecha.
Yo nunca les pregunto a mis alumnos cuanto tiempo estudian. No me interesa. Habrá quien pueda hacer el trabajo programado en dos horas, y quien necesite seis. No es ni mejor ni peor, es la naturaleza de cada uno. El objetivo final es el mismo para todos, pero habrá quien llegará a él por su facilidad innata y quien lo consiga con tesón y fuerza de voluntad. Pero el que lo consigue porque tiene facilidad, sin mucho esfuerzo, también debe tener cuidado: puede que toque muy bien en clase, o en casa, pero el día del concierto o del recital debe hacer frente a un esfuerzo prolongado y, si no hay una base de trabajo, llegará la fatiga y le costará llegar al final con calidad. No se puede correr un maratón entrenando para los cien metros lisos.
Una de las mayores reprimendas que recuerdo de mi época de estudiante es la que un profesor le echó a un compañero mío: no recuerdo qué estaban trabajando, pero el caso es que no funcionaba. En un momento dado, ese compañero le dijo al profesor: “pero si estoy trabajando esto cinco horas al día”, a lo que éste respondió: “estás perdiendo cinco horas al día”.
Pero hay otros profesores, algunos de ellos muy renombrados, para los que la pedagogía parece resumirse en un único lema: si algo no te sale, es que no has estudiado lo suficiente. Quizá sea porque siempre han sido grandísimos instrumentistas y no han tenido problemas que les obligaran a reflexionar y plantearse estrategias. Es cierto que con la mera repetición se consigue un cierto progreso, pero es limitado y está sujeto al azar y a la intuición. Si el estudio no está bien programado, no se ha explicado bien o no se tiene el objetivo claro, es fácil que estemos perdiendo el tiempo.
El profesor debe orientar el trabajo y marcar los objetivos, pero su labor principal es explicar cómo llegar a ellos. Un médico no le dice a su paciente: “cúrate”; realiza un diagnóstico y propone un tratamiento. De nada sirve dar unas vagas explicaciones si en alumno no comprende qué debe hacer exactamente (a parte de meter horas). El profesor debe buscar la mejor forma de que el alumno entienda el objetivo, qué ejercicios o técnicas empleará para acercarse a él y porqué son importantes. Así, el alumno será consciente en todo momento de a qué debe prestar atención y le sacará el mejor partido a su trabajo.
Tampoco sirve de nada, y esto es responsabilidad del estudiante, decir que se ha estado estudiando cinco horas si lo que se ha hecho es montar el instrumento, tocar algo, parar para charlar con el compañero de la cabina de al lado, luego echar un cafecito… y así hasta pasar la mañana.
Cuando uno ya es un profesional y tiene consolidada su forma de tocar, ya sabe qué necesita para mantenerse y progresar, y la relación con otros colegas le ayuda a enriquecer su visión y a ampliar sus puntos de vista.
Pero cuando uno todavía es un estudiante, y se encuentra en un período de búsqueda, es importante contar con una figura de referencia, el profesor, que oriente su trabajo y le ayude a sacarle el mejor partido. Y es el alumno el que debe buscar el profesor que más le convenga, el que comprenda sus circunstancias y adapte la enseñanza a sus necesidades. El que planifique las etapas que debe cubrir para llegar al objetivo y no le haga perder el tiempo.
Yo cuando estudio, estudio. Si empiezo, no paro. Tengo preparado todo lo que voy a a necesitar: partituras, material para retocar las cañas, botellín de agua, tiempo suficiente… y a tocar. No me gustan las interrupciones. Busco llegar a un estado en el que tocar se vuelve algo automático, sin pensar, entrando en un estado de flujo donde un acción lleva a la siguiente, un ejercicio continúa en otro, una frase me lleva más allá y una obra me conduce hasta otra.
Evidentemente, dentro de este esquema, hay momentos para la pausa y para valorar el trabajo, pero sin romper el ritmo. Antes de empezar a tocar tengo decidido qué voy a hacer y para qué.
Luego, al margen del momento de tocar, hay tiempo para la reflexión, para ver si la estrategia y el plan propuestos son los correctos y, si es necesario, modificarlos. Puede ser en cualquier momento y en cualquier sitio. Yo suelo reflexionar sobre todo esto cuando voy a entrenar. Muchas decisiones, para mí y para mis alumnos, las he tomado en esos momentos en que estoy solo, relajado y haciendo algo que me gusta. Me ayuda a ordenar mis ideas y a ver las cosas con perspectiva.
Planead bien vuestro estudio y ganaréis tiempo. Porque no se trata de estudiar por estudiar. Estudiar es un medio para llegar a un fin.
Yo no estudio mucho. Estudio bien.
JMR