Taller de cañas II. Qué le podemos pedir a una caña (y qué no)

La mayoría de los oboístas consideran —no sin razón— que la necesidad de hacer cañas es una dificultad añadida al estudio del instrumento y envidian la seguridad que un flautista o un trompetista pueden tener de que la boquilla sea siempre la misma y en todo momento saber cómo va a responder.

No es nuestro caso. Necesitamos hacer correcciones y ajustes a las cañas casi de forma constante, pero tampoco es conveniente obsesionarnos ni pretender que sea el raspado de la caña el que solucione todos nuestros problemas. Debemos encontrar un dominio suficiente del raspado de las cañas, cierto, pero siempre combinado con una buena técnica de emisión y de embocadura que nos permita adaptarnos a diferentes tipos de caña —ver los artículos de la semana pasada—. Cuanta mejor técnica tengamos más amplio será el abanico de cañas con que podamos tocar.

Enseñar a hacer cañas es muy fácil —explicar cómo se debe hacer no lleva más de cinco minutos, como veremos en el artículo de mañana—, pero aprender a hacer cañas es cuestión de años. Ahí reside el secreto: en la práctica.

Antes de empezar con el raspado, que explicaremos en el artículo de mañana, hay unas cuantas ideas generales que hay que conocer, porque hay muchas formas de raspar una caña, pero todas ellas buscan una forma final muy similar, con tres partes bien diferenciadas:

  • Una punta fina —de un milímetro de longitud aproximadamente— que permita asegurar los ataques.
  • Unas esquinas en forma de triángulo o semicírculo para facilitar la vibración.
  • Una zona central más densa, longitudinal de arriba a abajo de la caña, que sirva de soporte y dé estabilidad al sonido. 

Una caña no suena necesariamente mejor por ser bonita, pero si tiene bien diferenciadas sus partes es más fácil arreglarla o modificarla según nuestras necesidades. Así podremos actuar sobre una u otra para conseguir la corrección que necesitemos.

Hay quienes prefieren empezar el raspado de la caña haciendo la punta y otros que empiezan por las esquinas, y quienes usan navaja o cutter y otros utilizan una máquina de raspar, pero la forma final que se busca es prácticamente igual en todos los casos, porque es la que se ha demostrado eficaz para conseguir una buena respuesta de la caña a la vez que estabilidad y calidad de sonido. Solo cambian, según el gusto y necesidades del oboísta, las proporciones de grosor entre las diferentes partes de la caña y la cantidad de madera raspada.

Debemos aclarar que en esta serie de artículos describiremos el tipo de raspado europeo, que es bastante diferente del utilizado en gran parte de América. Nuestros amigos del otro lado del charco sabrán disculparnos.

Para dar por buena una caña tras el raspado no debe ser perfecta, pero debe cumplir tres mínimos imprescindibles:

  • Ser flexible y permitirnos tocar con facilidad.
  • Tener un sonido estable,
  • Facilitar una afinación correcta.

En esta lista no está incluido el timbre del sonido —su color—, porque este evoluciona muy rápidamente: una caña que cumpla con los tres requisitos pero que tenga un sonido un poco claro para nuestro gusto, al cabo de tres días de rodaje habrá ganado cuerpo y tendrá el timbre que queremos. En cambio, una caña que sea más oscura desde el primer momento y que nos dé la sensación de que está más acabada necesitará mayores correcciones al cabo de esos tres días puesto que, al igual que la otra, habrá evolucionado y se habrá endurecido.

No pretendamos tener la caña perfecta después de la última pasada del cuchillo. Si cumple con los requisitos mínimos, toquemos con ella y dejemos que madure. Unos días más tarde podremos darle el retoque definitivo y la caña se mantendrá más o menos sin cambios durante el resto de su vida útil.

El raspado final depende del gusto y las necesidades personales de cada uno, por eso no resulta prudente proponer un grosor determinado de cada una de las partes de la caña. Cada uno, tras un tiempo de práctica y muchas cañas raspadas, encontrará la profundidad de raspado que más le conviene en cada una de las tres partes de la caña y la proporción entre ellas.

Pero no cometamos el error de pensar que todo depende de la caña y que insistiendo en su raspado y retoque nos va a dar el trabajo ya hecho. Nos lo tiene que facilitar, pero también tenemos que saber adaptarnos a muchos tipos de caña para poder tocar siempre sin que importen las circunstancias. Puede que un día haga frío, o que el ambiente sea muy seco, o que la caña haya envejecido y se haya quedado demasiado suave, o que se cierre, o puede ocurrir cualquier otra cosa que influya en el estado de la caña. Como hemos dicho más arriba, una buena técnica de sonido nos permitirá adaptarnos a prácticamente cualquier situación sin necesidad de volver a retocarla.

No es conveniente tocar durante mucho tiempo con la misma caña, es mejor ir cambiando cada varios días. De lo contrario estaremos demasiado acostumbrados a un único tipo de caña y cuando hagamos una nueva seguramente pretenderemos que sea una copia de la anterior —y además en el estado actual, tras haber evolucionado y, seguramente, envejecido—, lo que no siempre es posible.

Es recomendable tocar regularmente con cañas diferentes —siempre que cumplan con los requisitos mínimos y no nos obliguen a forzar— para ganar en flexibilidad y así poder adaptarnos con facilidad a las cañas nuevas. Pero si no los cumplen a pesar de haberlas retocado y nos hacen apretar, nos molestan o tenemos que falsear nuestra forma de tocar para poder controlarlas, es mejor desecharlas y hacer otras. No debemos permitir que tocar nuestro instrumento nos cause malestar físico. Tocar puede cansar, pero nunca debe hacer daño.

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Hoy hemos establecido una serie de principios generales y descrito el resultado final que debe tener el raspado de una caña. En el artículo de mañana explicaremos —con imágenes y un vídeo— el raspado paso a paso.

JMR

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