La figura del profesor, y principalmente la del profesor de instrumento, es fundamental en la vida del alumno, y no sólo en aspecto académico. No conviene que olvidemos ésto cuando vamos a trabajar al conservatorio, por pocas ganas que tengamos ese día. Tenemos que conseguir que el alumno salga siempre de cada clase algo mejor de como ha entrado, en cualquier aspecto técnico o anímico, y no dejar que las clases se conviertan en una rutina, o que nuestro estado de ánimo interfiera en la labor. Al igual que un concertista siempre sale a escena a dar lo mejor de sí mismo, el profesor debe hacerlo cada día en su aula; así el alumno sabrá que siempre tendrá a alguien a su lado apoyándole.
Aunque todas las asignaturas tienen su importancia, la responsabilidad de encaminar al alumno por la vía más efectiva para logar sus metas, o replantearse éstas si fuera necesario, recae en el profesor de instrumento. Desde un primer momento debe establecerse un diálogo sincero entre el alumno y su profesor donde se planteen las espectativas de uno y la visión objetiva del otro, de forma que se establezca un programa de trabajo efectivo y unas metas realistas. Si en en desarrollo de este plan se detectan dificultades, o los resultados no están siendo los esperados, se volverá a revisar las veces que haga falta, hasta encontrar la fórmula más adecuada para cada uno. Sólo de este trabajo conjunto entre el profesor y el alumno surgirá la confianza que el alumno necesita para su desarrollo como instrumentista y como persona.
Si se establece una verdadera confianza es más fácil alabar los progresos del alumno pero, sobre todo, es menos doloroso hacer ver qué es lo que no funciona, o explicar porqué quizá esas espectativas iniciales eran demasiado ambiciosas. Porque el alumno sabe que el profesor le está diciendo lo que, a su jucio y con la única intención de ayudarle, es lo más conveniente para él y lo que le puede ayudar con su instrumento y en su vida.
Nuestro trabajo como profesores no termina cuando acaba la clase. Nunca debemos olvidar que cuando el alumno sale de ella, se encamina a una semana de trabajo personal según las directrices que le hemos dado. Si éstas no han sido suficientemente explicadas y comprendidas, o no son las que el alumno necesita en ese momento, o no le están haciendo avanzar como nos habíamos propuesto, pueden ser una fuente de frustración para nuestros alumnos. Y el instrumento es, para nuestros estudiantes, una de sus principales actividades; si, aunque inconscientemente, les estamos generando frustración, ésta puede alcanzar a otras facetas de su vida.
Aquí reside la responsabilidad del profesor: trabajamos con personas, y las consecuencias de nuestros actos repercuten en el bienestar de los demás. A veces suelo decir que la primera función de un profesor es no estropear al alumno y si, de paso, puede enseñarle algo, pues mejor. Quizá lo piense porque, aunque yo he tenido la inmensa suerte de tener siempre a mi lado a muy buenos profesores que me han apoyado, he conocido a los suficientes músicos para los que en alguna etapa de su vida el instrumento ha sido una desgracia a causa de un mal profesor, y a músicos que lo siguen siendo gracias a su tesón, pero a pesar de sus malos profesores. Quizá esas personas fueran grandes instrumentistas, pero no eran realmente profesores, o su grado de implicación con el alumno no pasaba de rellenar un horario, o ese alumno concreto no era para ellos más que uno entre tantos.
Pero el profesor no es para su alumno uno entre tantos, es su profesor, una persona importante en su vida, la persona que le orienta y la que le ofrece su apoyo en los momentos difíciles que, tarde o temprano, se presentarán. Si no existe ese feeling, si se demuestra que no hay una compatibilidad entre ellos, quizá sea mejor buscar a otro profesor. Esto es decisión del alumno.
Pero el profesor también tiene que saber que llega un momento en que es mejor dejar marchar al alumno, que ya no le está aportando cosas nuevas que quizá encuentre en otro lado. No es una decepción, ni motivo para ponerse celosos, es ley de vida. Nadie es un copia de su profesor. Cada alumno reúne lo mejor de cada uno de los profesores que ha tenido y elabora su propia forma de tocar y de enseñar. Por otro lado, si el profesor mantiene una buena relación con sus antiguos alumnos, ahí tiene una oportunidad de aprender de los que han salido a ver lo que hay ahí fuera e incorporarlo a su forma de enseñar.
Mi primer profesor fue mi padre, que me enseñó las primeras nociones del instrumento. Mi último profesor, mis alumnos. Todos ellos.
JMR